Hace 50 años, los
jugadores de la selección argentina de rugby, después de un viaje interminable
en aviones “lecheros”, que paraban en Senegal,Liberia, Nigeria y Congo, se convirtieron en “Los Pumas”, cuando los periodistas sudafricanos
transformaron el yaguareté del logo del equipo en aquel animal. Cuenta Jorge
Búsico, en su excelente, imprescindible y bien documentado “El rugido.
Sudáfrica 1965. El nacimiento de Los Pumas”(publicado por Club House) cómo la delegación apenas tuvo 25
jugadores, 3 entrenadores y un solo dirigente. También, que el traje oficial
para la gira se lo tuvieron que costear los jugadores, aunque con un descuento
conseguido por la Unión Argentina de Rugby en una sastrería. Como dice la
escritora Alma Guillermoprieto, “el pasado es otro país”, y, por lo tanto,
visitemos de la mano de Búsico aquellos recuerdos.
Con los ecos de la
victoria nacional ante los Springboks, por 37 a 25, vale la pena repasar
aquella semilla, tan bien recreada por el autor de “El rugido” en su libro.
Búsico, periodista deportivo experimentadísimo, y creador del necesario y
masivo blog denominado “periodismo rugby”, recuerda los lazos rugbísticos entre argentinos
y sudafricanos, que incluyen a un jugador del otro continente, Fairy Heatlie, que se radicó en Argentina y que en 1910 llegó
a jugar un partido par aun combinado argentino, y que en 1932, la selección
nacional debutó con una camisera celeste y blanca a rayas, en un partido jugado
en la cancha de Ferro ante los Juniors Springboks, un equipo “B” pero muy
poderoso para la época. Ese mismo combinado visitaría Argentina en 1959, en
donde jugaría varios partidos, hoy impensados, como ante Deportiva Francesa,
Buenos Aires Cricket & Rugby Club y Olivos, entre otros.
Los avatares de la época, en donde el rugby en Argentina era
absolutamente amateur, hacían que los jugadores seleccionados tenían que pedir
permiso en sus trabajos para ausentarse dos meses, con motivo de la gira, que
incluía muchos partidos. Uno de aquellos deportistas, Guillermo McCormick,
estuvo solo un mes con el equipo porque en el trabajo no le autorizaban más
días. Ni hablar de cobrar por jugar. Roberto Cazenave, del SIC, recuerda: “Yo
no llevé nada. No tenía un mango”. Una vez en el continente africano, las
autoridades deportivas locales les acercaban mensualmente a los jugadores un
viático mínimo. El seleccionado, en tanto, estaba conformado por jugadores de distintas
procedencias, y, algo no frecuente hasta entonces, había de Duendes, de
Rosario, de Pucará, de Burzaco , uno de Universitario de Córdoba, uno de San
Martín, otro de San Fernando, otro de Los Tilos. Ser parte del mejor combinado
argentino ya no era un patrimonio exclusivo de los clubes tradicionales.
Por otra parte,
otro acierto de Búsico es contar cómo las autoridades sudafricanas trataban de
estrechar lazos puntuales con algunos países, porque con el correr de la
segunda mitad del siglo XX, sus seleccionados iban siendo dejados de lado de
las competencias internacionales, como boicot al régimen racista de ese país,
aliado histórico de Gran Bretaña y Estados Unidos. Bajo el “apartheid”, tal
como que se denominaba a esa forma de gobierno, los blancos concentraban todo
el poder, y la población negra, que era la mayoría en el país, no podía
gobernar y tenía todo tipo de restricciones económicas, sociales y culturales. Por
esos años, Nelson Mandela era encarcelado, como líder del Congreso Nacional
Africano (CNA), un movimiento popular opuesto al gobierno basado en criterios
raciales de los afrikaaners.
“El rugido” describe
cómo durante la gira, las personas negras que osaban ir a ver los partidos de
rugby tenían que amontonarse en un rincón de la cancha, rodeados de alambrados
de púa, mientras que las plateas eran para los blancos. Obviamente, los
sudafricanos negros deseaban que Argentina le ganara a la selección de su país,
que por esas épocas representaba, en la práctica, solamente a la población que
descendía de los colonizadores holandeses, ingleses, franceses y alemanes. “Please,
master, win tomorrow”, recuerda en el libro el Puma Adolfo Etchegaray, que le
decían los habitantes originales del país.
Así llegó el día, en el que, como se sabe, los
flamantes Pumas derrotaron a Juniors Springboks 11 a 6 y se metieron en la
agenda internacional del rugby. Nicanor González del Solar, Marcelo Pascual,
Ronald Foster, Luis García Yáñez, Héctor
“Pochola” Silva y Arturo Rodríguez Jurado fueron algunos de los que lograron
ese éxito. Era la primera victoria en el exterior ante un rival de peso,
inclusive, en los papeles, muy superior. Cuando regresaron al país, 4 mil personas
recibieron a la delegación en Ezeiza, y El
Gráfico, Clarín, Gente, Crónica y el desaparecido diario El Mundo, aparte de La Nación,
La Prensa y La Razón, cubrieron con holgura la llegada.
Otro acierto del
libro es colocar datos contextuales para entender qué pasaba en Argentina y en
el mundo, en el medio de esa gira. Así, se recuerda la lucha por los derechos
civiles de las personas negras en Estados Unidos, el plan de estrangulamiento
económico en Argentina, diseñado por Álvaro Alsogaray, las huelgas de cañeros y
metalúrgicos en el país, el golpe
militar que dio Juan Carlos Onganía y demás. Por último, el volumen contiene
varias fotos de la gira y de programas de los partidos (seguramente acopiados
por Guillermo Illia, uno de los Pumas del ’65) y un completo anexo con
minibiografías de todos los participantes de esa gira histórica, además de los
resúmenes de todos los encuentros. La investigación documental estuvo a cargo de Oscar Barnade y Víctor Raffo y la producción periodística, de Sergio Renna. En síntesis, un gran viaje al otro país que
es el pasado, y que se conecta con este presente.
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