domingo, 9 de agosto de 2015

El pasado es otro país

   Hace 50 años, los jugadores de la selección argentina de rugby, después de un viaje interminable en aviones “lecheros”, que paraban en Senegal,Liberia, Nigeria y Congo,  se convirtieron en “Los Pumas”, cuando los periodistas sudafricanos transformaron el yaguareté del logo del equipo en aquel animal. Cuenta Jorge Búsico, en su excelente, imprescindible y bien documentado “El rugido. Sudáfrica 1965. El nacimiento de Los Pumas”(publicado por Club House) cómo la delegación apenas tuvo 25 jugadores, 3 entrenadores y un solo dirigente. También, que el traje oficial para la gira se lo tuvieron que costear los jugadores, aunque con un descuento conseguido por la Unión Argentina de Rugby en una sastrería. Como dice la escritora Alma Guillermoprieto, “el pasado es otro país”, y, por lo tanto, visitemos de la mano de Búsico aquellos recuerdos.

   Con los ecos de la victoria nacional ante los Springboks, por 37 a 25, vale la pena repasar aquella semilla, tan bien recreada por el autor de “El rugido” en su libro. Búsico, periodista deportivo experimentadísimo, y creador del necesario y masivo blog denominado “periodismo rugby”,  recuerda los lazos rugbísticos entre argentinos y sudafricanos, que incluyen a un jugador del otro continente, Fairy Heatlie,  que se radicó en Argentina y que en 1910 llegó a jugar un partido par aun combinado argentino, y que en 1932, la selección nacional debutó con una camisera celeste y blanca a rayas, en un partido jugado en la cancha de Ferro ante los Juniors Springboks, un equipo “B” pero muy poderoso para la época. Ese mismo combinado visitaría Argentina en 1959, en donde jugaría varios partidos, hoy impensados, como ante Deportiva Francesa, Buenos Aires Cricket & Rugby Club y Olivos, entre otros.

Los avatares de la época, en donde el rugby en Argentina era absolutamente amateur, hacían que los jugadores seleccionados tenían que pedir permiso en sus trabajos para ausentarse dos meses, con motivo de la gira, que incluía muchos partidos. Uno de aquellos deportistas, Guillermo McCormick, estuvo solo un mes con el equipo porque en el trabajo no le autorizaban más días. Ni hablar de cobrar por jugar. Roberto Cazenave, del SIC, recuerda: “Yo no llevé nada. No tenía un mango”. Una vez en el continente africano, las autoridades deportivas locales les acercaban mensualmente a los jugadores un viático mínimo. El seleccionado, en tanto, estaba conformado por jugadores de distintas procedencias, y, algo no frecuente hasta entonces, había de Duendes, de Rosario, de Pucará, de Burzaco , uno de Universitario de Córdoba, uno de San Martín, otro de San Fernando, otro de Los Tilos. Ser parte del mejor combinado argentino ya no era un patrimonio exclusivo de los clubes tradicionales.

   Por otra parte, otro acierto de Búsico es contar cómo las autoridades sudafricanas trataban de estrechar lazos puntuales con algunos países, porque con el correr de la segunda mitad del siglo XX, sus seleccionados iban siendo dejados de lado de las competencias internacionales, como boicot al régimen racista de ese país, aliado histórico de Gran Bretaña y Estados Unidos. Bajo el “apartheid”, tal como que se denominaba a esa forma de gobierno, los blancos concentraban todo el poder, y la población negra, que era la mayoría en el país, no podía gobernar y tenía todo tipo de restricciones económicas, sociales y culturales. Por esos años, Nelson Mandela era encarcelado, como líder del Congreso Nacional Africano (CNA), un movimiento popular opuesto al gobierno basado en criterios raciales de los afrikaaners.

  “El rugido”  describe cómo durante la gira, las personas negras que osaban ir a ver los partidos de rugby tenían que amontonarse en un rincón de la cancha, rodeados de alambrados de púa, mientras que las plateas eran para los blancos. Obviamente, los sudafricanos negros deseaban que Argentina le ganara a la selección de su país, que por esas épocas representaba, en la práctica, solamente a la población que descendía de los colonizadores holandeses, ingleses, franceses y alemanes. “Please, master, win tomorrow”, recuerda en el libro el Puma Adolfo Etchegaray, que le decían los habitantes originales del país.

  Así llegó el día, en el que, como se sabe, los flamantes Pumas derrotaron a Juniors Springboks 11 a 6 y se metieron en la agenda internacional del rugby. Nicanor González del Solar, Marcelo Pascual, Ronald Foster, Luis García Yáñez,  Héctor “Pochola” Silva y Arturo Rodríguez Jurado fueron algunos de los que lograron ese éxito. Era la primera victoria en el exterior ante un rival de peso, inclusive, en los papeles, muy superior. Cuando regresaron al país, 4 mil personas recibieron a la delegación en Ezeiza, y El Gráfico, Clarín, Gente, Crónica y el desaparecido diario El Mundo, aparte de La Nación, La Prensa y La Razón, cubrieron con holgura la llegada.


  Otro acierto del libro es colocar datos contextuales para entender qué pasaba en Argentina y en el mundo, en el medio de esa gira. Así, se recuerda la lucha por los derechos civiles de las personas negras en Estados Unidos, el plan de estrangulamiento económico en Argentina, diseñado por Álvaro Alsogaray, las huelgas de cañeros y metalúrgicos en el país,  el golpe militar que dio Juan Carlos Onganía y demás. Por último, el volumen contiene varias fotos de la gira y de programas de los partidos (seguramente acopiados por Guillermo Illia, uno de los Pumas del ’65) y un completo anexo con minibiografías de todos los participantes de esa gira histórica, además de los resúmenes de todos los encuentros. La investigación documental estuvo a cargo de Oscar Barnade y Víctor Raffo y la producción periodística, de Sergio Renna. En síntesis, un gran viaje al otro país que es el pasado, y que se conecta con este presente.

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