jueves, 29 de agosto de 2013

Touch


   Estoy parado sobre la muralla que divide todo lo que fue de lo que será…no, no. Estoy parado en la esquina de Anchorena y Charcas, barrio porteño de Recoleta,  rodeado de ruidos de bocinas y fragmentos de conversaciones por celular. Una chica de trajecito azul camina apurada con una bolsa grande bajo uno de sus brazos, mientras que con el otro sostiene su teléfono y discute con alguien. En sentido contrario, un hombre mayor, de saco gris y pantalones color marrón, se desplaza en otra velocidad, apuntalado por un bastón de madera y con la cabeza inclinada hacia adelante, como si necesitara ese gesto para avanzar. Yo sigo en la misma esquina. Cuando se cruzan las tres posiciones, miro hacia el edificio de ladrillos rojos y ventanas con rejas negras. Camino unos metros, y una enorme puerta de madera se encuentra ante mis ojos. Sobre el vano de la misma, hay un escudo grabado en piedra, con dos guerreros esculpidos. A los costados, dos bestias entre laureles, grises por el material, el humo y los años.  Toco el timbre, me abren la puerta, me anuncio ante un empleado de seguridad y pido por la persona que me indicó la escritora Anna Kazumi. “Te va a caer muy bien”, me había dicho Anna, autora de los libros Catástrofes naturales y Flores de un solo día, con su tono de voz siempre suave.

  Y aparece bajando las escaleras Rob Mumford, flaco, vestido de negro, ojos algo rasgados.  Nos saludamos, salimos del lugar, le damos la espalda al escudo, las bestias y los laureles de piedra, cruzamos Anchorena y entramos a un bar. “Jugué al rugby en Stokes Valley, ese es mi club, en Nueva Zelanda. Es cerca de Wellington, la capital. Jugaba de centro y de wing, y en el colegio también jugaba de ala, aunque era muy livianito. Es que allá hay categorías por peso, en los torneos colegiales”, dice. ¿Cómo es eso de “categorías según el peso de cada jugador”?

  “Claro,  se arman las divisiones por peso; mi colegio tenía más o menos 10 equipos, e iban desde equipos para chicos que pesaban no más de  40 kilos, otros entre 40 y 50, después entre 50 a 60, y después era abierto.  Si llegabas por habilidad, no importaba el peso, era para dividir a los más jóvenes. Un chico no sigue jugando con rugby si solo tiene que tacklear chicos más grandes, y hay chicos que no crecen de la misma manera.  Hasta en los clubes hay una división de rugby pero para los que pesan menos de 85 kilos.  Eso ayuda a la gente de tamaño  más normal, de disfrutar sin tener que tacklear a unas bestias” (risas).

   Rob se fue de viaje a Inglaterra, y allí su hermano le propuso viajar a América del Sur. Él tenía pensado ir a África, pero, recuerda: “Caminando por el Hyde Park de Londres, le dije a mi hermano: ‘ok, vamos a América Latina”. Ya en esta parte del continente, “conocí gente, un país…increíblemente bello  y una gente repositiva, que sabe disfrutar lo que tiene, con un espíritu generoso…uno siente ese cariño”. Años más tarde regresó a Argentina, con un amigo, para hacer una travesía  a bordo de un Ford Torino V8, modelo 1971, auto exótico para estas tierras. Partieron de Buenos Aires y y llegaron hasta Ushuaia. Como apunta Rob, la banda de sonido de ese viaje fueron The Killers,  Massive Attack, Portishead y Stellar, un grupo pop neozelandés. Él creó una página, www.challengeeverything.com.ar ,en la que se puede bucear entre sus historias, datos, letras de canciones y fotos.

  En Argentina conoció una mujer, tuvieron una hija, vivieron en Nueva Zelanda y  allí se separaron. “Cuando nos separamos, ella quería volver, y yo dije: ‘Voy a venir también, para estar con mi hija’.   Era un desafío personal vivir en otra cultura. Hace 15 años que vivo acá”, agrega.  Y formó pareja con otra argentina. “Bueno, las argentinas, comparadas con las neozelandesas, son más cariñosas, más demostrativas, y, físicamente, la mezcla latina es linda. Pero también son más celosas y calentonas, mientras que en Nueva Zelanda son más tranquilas e independientes”.

  Ese rasgo de pasión lo encuentra Rob en el deporte. “En Nueva Zelanda no hay hinchadas, inclusive si juegan los All Blacks casi que hay silencio. Ahora no tanto, pero igual nada que ver con lo que es acá. Allá son más de poner carteles ingeniosos, creativos. Pero canciones de hinchada, por ejemplo, no existen”.

   ¿Otras diferencias? Rob, en medio del ruido del bar, logra decir: “Hay menos diferencias sociales en Nueva Zelanda, no está todo tan marcado como acá. Y allá se juega fútbol, pero no es lo que es acá, en Nueva Zelanda ves canchas de rugby por todos lados. Me gusta el fútbol, jugaba con mis amigos en la calle, porque en la calle más que una tocata no podés jugar rugby. Igual, a veces practicábamos pateando la pelota de rugby por encima de los cables de electricidad, y el otro tenía que agarrarla”.

  “Y en cuanto al rugby, en Nueva Zelanda jugás primero en el club, hasta más o menos 10 años. Después lo jugás en el colegio hasta los 18, y ahí volvés a jugarlo en los clubes. Un deporte que se juega mucho es el ‘touch rugby’.” ¿Y en qué consiste esa disciplina, poco o nada conocida entre los argentinos?

  Explica Rob: “se juega con 6 jugadores por cada equipo, no hay haches, ni scrums, ni mauls ni se puede patear la pelota. La pelota se pasa con la mano, y al sexto toque que te hace un contrario, tenés que dejar la pelota en el piso y pasa al otro equipo. El referee es el que cuenta cada toque, o el jugador que toca va diciendo: ‘Touch one’ y así”. Uno se imagina al jugador argentino ventajeando….”Y, una vez jugamos con mi equipo de acá un torneo en el Luján Rugby Club, y algunos partidos eran un lío, vivían discutiendo todo el tiempo” (risas). Ahora están en plena búsqueda de un campo de juego para volver a practicar...

   Al compás de la mayor exigencia física que plantea el rugby actual, surgen alternativas, como el “touch rugby”. Rob se entusiasma: “Es un deporte lindísimo, das pases, corrés con la pelota, trabajás en equipo… pueden jugar hombres y mujeres  juntos, no hay golpes. Hoy no todos pueden tener el físico para jugar rugby, pero todos pueden jugar 'touch'. En los colegios se juega 'touch' en los almuerzos, y los All Blacks juegan al 'touch' en casi todos los entrenamientos, para entrar en  calor. Eso desarrolla mucho las habilidades, por eso los pilares neozelandeses dan los pases que dan”.

  El almuerzo se agota, y el tiempo de la charla, también. Rob debe regresar a su trabajo en la administración de la sede porteña de la Universidad de Nueva York, en el edificio de los laureles de piedra. Se acerca el fin de semana y este Licenciado en Administración por la Victoria University de Wellington, recomienda buenas bandas neozelandesas, aparte de Stellar: Bic Runga, The Feelers, Shihad, Tim Finn, Dave Dobbyn, The Datsuns, los clásicos Crowded House…

  Rob asegura: “Los contrastes te enriquecen. Yo cuando me iba de Nueva Zelanda y no sabía cuándo volvía, me despedía de mi papá con un ‘handshake’ (apretón de manos). Ahora, cuando mi papá viene a la Argentina-ya vino 13 veces, le encanta el país-, siempre le doy un abrazo antes de que se vaya a dormir”. Dentro de pocas horas, en el Waikato Stadium, el “handshake” se lo darán los capitanes de Los Pumas y de los All Blacks. ¿Cuánto contraste habrá?