viernes, 29 de julio de 2016

Rugby y sociedad en formato crónica.


"Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby", es un libro que es el padre de este blog, ya que mientras íbamos buscando las historias, en paralelo contábamos historias poco conocidas por este medio. Es un libro artesanal, hecho a pulmón (como tantos proyectos del rugby), y debajo copiamos el bello texto de contratapa escrito por la talentosa periodista y escritora Sonia Budassi:
   
“Dentro del caos había cierto equilibrio”, cuenta una de las protagonistas sobre lo que pasa dentro de la cancha de rugby. Si los discursos que imperan alrededor del deporte están plagados de exitismos, lenguaje marcial, publicitario, y hasta enconos melodramáticos, Alejandro Cánepa rompe ese esquema y, como un espía en el vestuario de la vida social de cada deportista amateur, narra historias fascinantes más allá de lo obvio.
La mirada del ascético y agudo narrador de “Fuera de juego” hace foco sin ingenuidad en tramas donde lo deportivo es expresión de mucho más. Con descripciones tan precisas que se convierten en análisis sensible, sin golpes de efecto ni música incidental, se mueve por territorios en contraste, desde asentamientos a barrios aristocráticos en los suburbios de Buenos Aires con la avidez firme del antropólogo y la pincelada del artista impresionista.
En un viaje audaz por una cartografía no convencional, el lector se deja llevar con vértigo para toparse con la xenofobia asumida en un equipo de judíos; y la banal separación entre chetos y villeros, siempre soslayados en el mainstream del relato prejuicioso. La injusticia de género, a través de un grupo de chicas rugbiers. La redención –o evasión- deportiva intramuros, en una unidad penitenciaria, sin conmiseración ni falsa piedad, narrada con sutil picardía. El trasfondo de las disputas políticas de los 70 con íconos como el colegio Nacional Buenos Aires; sus ritos y las limitaciones de la pancarta heroica, entre otras historias.
Estas crónicas, basadas en una profunda investigación, se hilvanan con perfecto suspense y cuentan, más que un deporte, la lucha universal del ser humano por el reconocimiento y la superación de los miedos; la constancia y la desidia, cuya contracara suele ser una versión particular del coraje heredado de la gauchesca. En este libro la búsqueda lúdica y sus conflictos no resultan siempre los preestablecidos por la épica, en un juego de ecos en que el afuera y el adentro de la cancha conviven en una frontera atrapante, a veces feliz, a veces ambigua, a veces cruel. "

miércoles, 27 de julio de 2016

San Juan-Bajo Flores-San Juan



  Una noche de 2014 en el Bajo Flores, en el predio del histórico DAOM, Las Panteras, el equipo de rugby femenino de ese club, entrenaba con intensidad, a metros de sus colegas varones. Entre las jugadoras, una se destacaba por su velocidad. Al momento de practicar cambio de ritmo, era la más ligera, junto a la francesa Aurore Bar. Hablamos de Yamila Salinas, sanjuanina y periodista deportiva. Dos años después, ¿en qué anda?


  “En 2015, en un amistoso previo al inicio del torneo, me rompí el platillo tibial, que es el hueso que sostiene la rodilla, una lesión rara”, cuenta. “Estuve 3 meses son caminar, me tuve que operar y volví a San Juan”, agrega. Ahora dejó de jugar al rugby y es una de las entrenadoras de las categorías infantiles del Club Ausonia, que introdujo ese deporte este año, y que está vinculado con la colectividad italiana.


 Se sabe que el rugby es un deporte de contacto, de impacto, o de choque, según el término que se elija. En ese sentido, quizá la presencia de una entrenadora mujer para los chicos que dan sus primeros pasos en el deporte sea más contenedora que si solo hay hombres.  Dice Salinas: “En el rugby infantil es bueno tener una profesora, es una figura maternal, pasa algo parecido en la escuela. Me gusta el papel, no soy el ‘profe’, pero la Unión Argentina de Rugby (UAR) va a  dictar cursos de entrenadores y voy a hacerlos. Es una manera de seguir cerca del rugby”.


  Pero el origen de Yamila con el deporte de la pelota con forma de óvalo es peculiar. “Yo tuve la iniciativa de jugar al rugby, por mí misma, y armé el primer equipo de rugby femenino en San Juan, en el Club Huazihul. Empezó como un proyecto para hacer un partido a fin de año, como una exhibición a beneficio. Recibimos mucha ayuda de los entrenadores y de la prensa, el evento trascendió y el año siguiente ya formamos el equipo”. Luego Yamila se trasladó  a Buenos Aires y  a través de Aurore Bar llegó a DAOM. En el club de camiseta azul, blanca y roja jugó entre 2012 y principios de 2015, hasta la lesión que sucedió en un torneo amistoso del que participaron Ezeiza y Atlético San Andrés.


  “Entre la lesión y que me imaginaba que se venían tiempos difíciles en cuanto a conseguir trabajo, me volví a San Juan”, dice, y explica que trabaja como periodista deportiva en un programa de radio y en uno de televisión sobre automovilismo. Reemplazó como actividad física al rugby por el crossfit, aunque por momentos le duele la rodilla operada. “El crossfit Es lo más parecido a hacer un deporte; es para llenar el vacío que me dejó el rugby”, asegura.


 En San Juan, el rugby femenino es incipiente. Existen Jockey, de la capital provincial, y Caucete, de la ciudad homónima. La idea de Yamila es que en Ausonia la escuela de rugby infantil sea mixta, aunque todavía no se anotaron chicas.  “El rugby femenino creció mucho en los últimos tiempos, la selección femenina argentina estuvo cerca de jugar los Juegos Olímpicos….de a poco va evolucionando; quizá no falte mucho para que haya más entrenadoras de rugby”, afirma.
 
Sin embargo, reconoce que todavía existen trabas y barreras para las mujeres, dentro y fuera del deporte. “Todavía hay prejuicios con que una mujer juegue deportes de contacto; todavía no se puede romper el paradigma de que la mujer como mucho juegue al hockey o haga cosas de ‘mujer’; pero muy de a poco se van rompiendo esos prejuicios”. ¿Y en cuanto a intentar volver al rugby como jugadora? “Acá hay dos clubes, pero si volviese al rugby lo haría en DAOM,  me gustaría estar ahí, con mis amigas y mi club. Para mí,  rugby es DAOM".

miércoles, 15 de junio de 2016

Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby, en manos de la gente....

 Rob, un neocelandés enamorado de Argentina; Jonatan, figura de Virreyes; Aurore y David, ella francesa y él argentino, ambos jugadores de DAOM; Luis, que tiene una increíble historia jugando para Stepinac; y Mónica, que no aparece en la foto, una de las pioneras del rugby femenino en el país...todos con "Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby", el libro hermano de este blog.....




viernes, 22 de abril de 2016

Fragmento del libro "Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby"


   
La frontera entre Colegiales y Palermo se transformó en los últimos años; de ser una especie de páramo, en donde únicamente deambulaban camiones recolectores de basura, grupitos de alumnos de colegios privados y algún paseante del Mercado de las Pulgas, se convirtió en un vivero de restoranes y bares algo pretenciosos y pasarela de diseñadores gráficos, periodistas, actores.

  En la calle Aménabar, se encuentra la redacción del semanario "Miradas al Sur", creado en 2008. En el primer piso del edificio,  un grupo de periodistas comentan noticias del día, posibles evoluciones, modos de cobertura.  La redacción incluye gente de todas edades, pero predominan, por lejos, los hombres.  Sentado en una silla junto a una mesa muy grande, un hombre alto y delgado, pelo corto algo entrecano, invita a tomar asiento y se dispone a la charla.

-En Central Buenos Aires teníamos 2 o 3 cobradores que iban timbre por timbre para cobrar las cuotas, y algunos eran los mismos jugadores del plantel superior.  Teníamos el uso del subsuelo del colegio, en donde había hasta mesas de ping pong, y accedíamos a la pileta.  Se jugaba en el predio del colegio y las reuniones se hacían en la oficina del abogado Roberto Mizrahi.

  Eduardo Anguita, periodista de una larga trayectoria, autor de libros imprescindibles como La voluntad, coescrito junto a Martín Caparrós, y Grandes hermanos, con Rubén Führman  y actual director de Miradas al Sur, jugó en Central Buenos Aires en los incandescentes comienzos de los años ’70, llevado por otros compañeros del colegio de la calle Bolívar. En esta tarde de primavera de 2014, mientras otros colegas teclean en sus máquinas o miran con la vista rígida en la computadora las noticias del día, su correo electrónico o en páginas que nada tienen que ver con el trabajo, Anguita recuerda su paso por el club y la relación del rugby con su vida política.

    Una vez que sucedió la ruptura de relaciones con las autoridades del colegio, los socios de Central abandonaron el subsuelo y el campo de deportes, para llegar, finalmente, a Florencio Varela.  Por esos tiempos,  también estaban en el Central Buenos Aires Oscar Ciarlotti y “Pancho” Provenzano (quien moriría en el ataque el cuartel de La Tablada, como se señaló antes), y con ellos Anguita pasó  a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

   Detenido en 1973, pasó 11 años en la cárcel; el 24 de julio de 1978, su madre, Matilde Vara, fue secuestrada y desaparecida por grupos de tareas de la última dictadura militar. A la mujer, de 52 años,  se la llevaron del Café Tortoni, ubicado a un puñado de cuadras del Nacional Buenos Aires. A medio metro desde donde habla Anguita, hay otro periodista de Miradas al Sur, Alberto Elizalde Leal, ex jugador de La Plata Rugby, que también estuvo en el PRT y al que también la dictadura hizo desaparecer a su madre, Delia Avilés de Elizalde.

 -El rugby, cuando lo han abrazado militantes, y lo digo por experiencia propia,  ha dado destrezas físicas para la actividad clandestina, y fomentar el arrojo y valentía. Recordemos que el “Che” Guevara pasó por varios clubes,  uno “atorrante” como Atalaya y uno cheto como el SIC, entre otros”, dice Anguita.

   En 1984, recuperó su libertad. Nunca olvidará que la primera actividad que tuvo, como liberado, fue un asado que le organizaron dos amigos y ex rugbiers de Central Buenos Aires, Omar Evequoz y Martín Orieta. Al tiempo, jugó algunos partidos para el equipo de veteranos de Central.  Cada tanto, se reúnen muchos ex jugadores y recuerdan épocas pasadas, en donde, según Anguita, “todos anotamos más tries de los que realmente hicimos y jugamos mejor de lo que realmente jugábamos”.
- Recuerdo cuando estaba preso el olor a pasto de la cancha de rugby. Extrañaba  eso y la adrenalina al entrar a jugar,  cada una de las situaciones de la cancha, aunque sea de un partido en  una cancha de mierda.  El compañerismo en la militancia es como el del rugby: vos sos el otro. En la militancia también sos el otro, arriesgando bastante más que el maxilar…

lunes, 25 de enero de 2016

"Peruano, no puedo respirar, peruano, no me dejes"


"Prefiero a los vencidos, pero yo no podría adaptarme  a la condición de vencido.” Curzio Malaparte 

   Nueva Zelanda, 17 de julio de 1993. En la cancha del Tauranga School, el equipo de ese colegio juega con la categoría Menores de 19 de Cardenal Stepinac, de Argentina. El árbitro marca un scrum. Los dieciséis jugadores que intervienen en esa formación se disponen a realizarla, tomándose de los brazos y colocándose en cuclillas. Entre los argentinos está Luis Benítez, un chico alto, que juega de segunda línea, que vive en Villa Tesei, hijo de padre obrero y madre ama de casa. Por la posición en la que juega, debe colocar su cabeza entre las caderas de dos compañeros que forman la primera línea del scrum y, desde atrás, otro compañero tiene que empujar hacia adelante. Su cuerpo es una pieza que ocupa la parte media de ese engranaje. El referee ordena que se reanude el juego; los jugadores que están delante de Luis hacen fuerza para un lado, el que está detrás, hacia otro.   La formación se derrumba, Luis siente un hormigueo por todo el cuerpo, sufre un paro cardiorrespiratorio; un médico ingresa desesperado al campo de juego, trata de reanimarlo. “Peruano, no puedo respirar, peruano, no me dejes”, suplica Benítez. Y pierde el conocimiento.  

  Diciembre de 2012; el Camino del Buen Ayre está despejado, un látigo gris por el que vuelan los autos. Una salida hacia Hurlingham, pocas personas por las calles, dos perros deambulan por un baldío. Una calle angosta, la sede de la Fundación Felices Los Niños, célebre en su momento porque su director, el sacerdote Julio César Grassi, abusaba de chicos a su cargo. Esa porción de Hurlingham reboza de fe: en cada esquina se ven ermitas con imágenes de la Virgen, con flores amarillas o rojas que la orlan, estampitas pegadas en los costados, papeles con promesas y agradecimientos.   Después de dos kilómetros de recorrido, un giro a la izquierda, otro más, una calle muy silenciosa, árboles tupidos que apenas dejan pasar algunas gotas de luz. Una casa prolija, tipo chalet, una puerta de rejas negras en un costado, el timbre y los ladridos de un perro como reflejo.

  -Hola, vení, pasá. Este es Spock, el perro, tiene un año y medio.  

  Luis Benítez abre las puertas de su casa, ubicada en el fondo de la de sus padres, en Villa Tesei. Es alto, flaco, y camina con cierta lentitud. En un patio, un gato mira al visitante, desconfiado, subido a una maceta. Ya en la vivienda de Luis, su living tiene una mesa de madera en el centro, un ventilador en pleno funcionamiento, un armario repleto de fotos familiares y de algunas imágenes de la Virgen. En una pared, una remera con franjas azules, rojas y blancas, cuelga, enmarcada.   -Esa camiseta es la que tenía puesta el día que me accidenté. Yo me acuerdo de todo de ese día, hasta que me suben a la ambulancia. Tuve desplazamiento de dos vértebras y pellizco de la médula espinal. Cuando me desperté, ya tenía puesto algo fijo en el cuello y un tubo en la boca, que era el respirador. Volví a cerrar los ojos y cuando los vuelvo a abrir, estaban mi papá y mi mamá, pero no sé cuánto tiempo había pasado.  

   Los padres de Luis llegaron a Nueva Zelanda un día después del accidente. Cuando llegaron al hospital en donde estaba internado su hijo, los médicos les aseguraron que el pronóstico era pésimo y les sugirieron que lo desconectaran del respirador, que iba a ser una carga para la familia, que para qué vivir así. Irma y José Luis rechazaron la visión de los médicos neocelandeses.  
  Luis dice que no les guarda rencor a esos profesionales, ya que la cultura de Nueva Zelanda es diferente a la argentina. Y explica que en ese país estuvo un mes internado, en donde recibió la solidaridad de muchas personas. Hasta los AllBlacks hicieron subastas de sus camisetas para juntar dinero y derivarlo para la recuperación del chico de Villa Tesei accidentado en Tauranga.   Entre lo que aportaba el Colegio Cardenal Stepinac y las colectas hechas en Argentina y Nueva Zelanda, pudieron costear la estadía en Oceanía. Pasados 30 días del accidente, en un vuelo de Aerolíneas Argentinas equipado con una terapia intensiva, Luis regresó al país, a internarse en el Sanatorio Mater Dei, de Palermo. 

 -Volví totalmente consciente en el vuelo, pero estaba con el respirador y no podía mover nada de nada.  

Ya en Buenos Aires, enseguida aparecieron abogados para fogonear un juicio, lo que los familiares de Luis rechazaron. En el Mater Dei estuvo 4 meses, pero los sufrió más que en Nueva Zelanda, porque las visitas apenas tenían 10 minutos diarios para acompañarlo.   -En Nueva Zelanda venían de todos lados, venía gente del club, me daban regalos, camisetas, un cuadrito que tengo colgado ahí, me fueron a ver dos All Blacks, estaba acostumbrado a estar con gente y eso me hacía bien. Acá era todo al revés. Eran 10 minutos y nada más, y yo quería ver a mis familiares, a mis amigos.  
Con su cuerpo inmóvil, en terapia intensiva, sumergido en la dimensión especial que generan los olores de los hospitales, las luces, los movimientos periódicos de enfermeros y médicos, la visión fija en un único punto del techo o de la pared, hubo un primer signo, como un estallido: su dedo gordo izquierdo comenzó a moverse.   Los signos, como una fogata de invierno, crecieron de a poco. Las manos se descongelaban con extrema lentitud; los labios seguían ese mismo camino. Los muslos y el brazo izquierdo pudieron recuperar su memoria.   Hay que sacar  a Luis de acá, hay que aprovechar esos movimientos-dijeron los médicos.   Cuba despuntaba como una opción para continuar con el tratamiento. Pero Luis no quería más traslados, por lo que lo derivaron al Hospital San Juan de Dios, en Hurlingham, un centro fundado en 1941. En ese lugar, Benítez seguía con el respirador artificial, aunque podía sacárselo algunas horas, otra señal de que una vida más semejante a la corriente era posible. Para Navidad pudo volver a dormir a su casita de Villa Tesei, con un respirador portátil. Durante el día tenía que cumplir con las tareas de rehabilitación física en el hospital. Así por cinco años. 

 -Cuando empecé a recuperarme y a pensar en lo que había pasado, al principio no lo tomaba tan en serio, pensaba que esto lo iba a superar de un día para el otro, que el día de mañana iba a volver a jugar. De a poco fui tomando conciencia de la lesión y de su gravedad. Empecé a darme cuenta de las complicaciones con el tema de ir al baño, o al no poder cortar un pedazo de carne. Tanto tiempo sin hacer nada no ayuda a la cabeza, ¿Qué iba a ser de mi vida? ¿Iba  a poder tener una familia? Me ayudaba que durante dos años, mis amigos venían todos los domingos, ya terminada la secundaria. 

   De 8 a 17, durante cinco años, hacía terapia física en el San Juan de Dios; luego, ya en su casa, a las 19 recibía a un kinesiólogo particular, que pagaba el Colegio Stepinac. Para practicar la caminata, usaba barras paralelas, en su casa. Después comenzó a usar un bastón. Uno de esos veranos, se fue de vacaciones a Claromecó con un amigo, y entre médanos, playas anchas y turistas, se propuso dejar el bastón, al menos para tramos cortos. Y lo logró.   La temporada de placeres en Claromecó fue una bisagra. Volvió cansado de la kinesiología y de las visitas al Hospital, y decidió seguir sumando actividades para reintegrarse a la rutina. Estudió Periodismo Deportivo en TEA pero dejó, “por vago”, dice, aunque aclara que tenía que irse desde Villa Tesei a Balvanera en colectivo o tren, y todavía tenía temores de viajar solo en el transporte público.   Un amigo, Ignacio Rizzi, le consiguió un trabajo en una asociación civil que trabajaba con chicos con discapacidades mentales. En ese lugar conoció a su mujer, Roxana, y en 2003 se pusieron a convivir junto a Tamara, la nena de ella. 

   El ventilador gira desde hace horas y bate el aire caliente. Desde las paredes, miran la escena la camiseta número 4 que usaba Luis, y un cuadro de un barco, pintado por un artista neocelandés. La remera de Stepinac, la misma que estaba sobre su piel cuando una mala coordinación del equipo del scrum le dejó dos vértebras desplazadas, indica el recuerdo del accidente. 

   -Si yo me recuperaba 100 por ciento del accidente, volvía a jugar. Fue un accidente, si cruzo la calle me puede agarrar un auto. Y en rehabilitación conocí casos de personas accidentadas, por ejemplo, tirándose de una pileta. Me encanta el rugby, si pudiera jugar lo jugaría. Y el Colegio se portó re bien conmigo, tuvimos ayuda de mucha gente. Tamy va al Stepinac. 

   Poco después del accidente de Luis, Stepinac dejó de jugar rugby en los campeonatos oficiales. Los jugadores que querían seguir en el deporte, crearon El Retiro Hockey y Rugby, que tiene un predio al costado del Camino del Buen Ayre y al que Luis, cada tanto, va a alentar.   Él trabaja en Tigre, en un negocio que vende implementos náuticos. Va y viene en su auto. Y recibe de la Fundación Unión Argentina de Rugby (FUAR), un subsidio anual. Su gestualidad, sus movimientos, cambiaron a la fuerza. Tuvo que aprender a escribir con la mano izquierda, lo mismo que afeitarse. Y para caminar trayectos largos, usa bastón.  

–Suerte, milagro, constancia. Tuve un poco de todo eso. Y que mi familia estuvo siempre al pie del cañón, como mis amigos.


Luis se incorpora de la silla, baja la escalera de su casa y acompaña al visitante hasta la puerta.

(Fragmento de "Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby").