martes, 22 de abril de 2014

Caleidoscopio


 Todo sucede al mismo tiempo, el giro de la Tierra sobre su eje, las olas que se agitan, las vidas de nosotros, un Citroën C3 negro que se pone en marcha, un gato de tres colores que se asusta y se fuga hacia la copa de un árbol.  El mediodía del domingo que se desliza con lentitud por Buenos Aires, el hombre con tatuajes en los brazos que pasea al perro para escaparse de la monotonía familiar, “Siento que pasan los días/ Y sigo adelante tracción a sangre /Tras una melodía /Creo que te hice tan mía /Que por un instante te olvidé” canta el inolvidable Gustavo Cerati desde la radio. Los vidrios que se empañan por la calefacción, las hojas amarillas, rojas y marrones que revolotean como papel picado, una parejita pasea de la mano con  la tibieza creciente de las primeras salidas, un padre alza a una nena de campera multicolor y le sube la capucha para protegerla del frío.  Las calles se vacían bajo el cielo blanco, vapores nacen de las alcantarillas, perfumes a carne, a sopa, a pan casero, a pastas, de las ventanas de las casas.  “Antes, hace ya tiempo /conquistadores, nos imponían, su dios del miedo”, dicen ahora Ciro y Los Persas, un puñado de hinchas de River, todos vestidos de negro, con gorritas blancas, apuran vasos de vino mientras esperan asado en una esquina de Núñez, la Avenida Libertador todavía escuálida de coches, la ESMA poblada de fantasmas, el control de la Prefectura, una mujer que maneja un Gol rojo busca nerviosa algo en la guantera, giro a la derecha, un camino serpenteante, dos policías bonaerenses completan planillas, “Platense capo” grita una columna de hormigón que sostiene el final de la General Paz, escombros, una rotonda, asfalto, dos canchas ocupadas por equipos de remeras verdes y naranjas que juegan fútbol, “dale, dale”, “goool!.


    Metros más adelante, un portón abierto, la chica de campera gris con las manos bien escondidas en los bolsillos que dice “pase” con los dientes rechinando, muchos autos con los colores aburridos de los últimos años, grises, azules, blancos, negros, algún que otro bordó, un micro naranja con el techo blanco. Un quincho, pibes de 16 años, risas, a la izquierda una cancha de rugby casi pisando el Río de la Plata. Liceo Naval-Manuel Belgrano, menores de 18 años, entrenadores, familiares y amigos en los costados, algunos con botas azules para sortear el barro, charcos en la cancha, kick off, lines, scrums. Tries, free kicks, penales, conversiones, hasta un drop, de fondo otra vez “goool". Llovizna, el cielo de blanco a gris, en el horizonte barquitos que parecen adornos de armario de abuela, un tipo canoso de remera dri fit gris y negra, corriendo y mirando el partido, dos chicos filmando desde un mangrullo, el referee salteando pozos en el campo, uno que protesta “penaaal”, otro que se queja “que la suelte, que la suelte”, uno más allá grita “están pasaaados..”, el papelito que pide respeto al árbitro en el piso.


  Vasitos de café en la mano, goles a lo lejos, los barquitos parecen clavados en el agua marrón pero de a poco parecen moverse, final del partido, duchas, los gritos de siempre de los hombres en los vestuarios (¿por qué gritan tanto en medio del vapor, el agua, los bancos de madera, el jabón y los armarios metálicos), tercer tiempo, las preguntas de rigor, cuántos jugadores tienen anotados, con quién jugaron, quieren algo más, choripanes, vacío, gaseosas y cerveza, planillas, bolsos, padres que cargan a los hijos en los autos o camionetas, saludos, abrazos, poner en marcha el C3 negro, arrancar, dejar atrás el cartel que dice “Predio de la Armada”, giro a la izquierda, las canchas de fútbol ya vacías, a lo lejos el rugido del Monumental, algo más cerca, Centro Naval y acordarse de que Matías Sánchez se lastimó de gravedad quién sabe cómo, Virus en la radio ya en el crepúsculo y otro inolvidable Federico Moura cantando “Las cosas se alejan de mí / Y es difícil poder tocarlas / Las cosas se alejan de mí /Y yo debo seguir soñando”...