viernes, 18 de enero de 2013

Buena madera



“Entre la ruta y este cielo eterno/Entre los árboles y el verde suelo”, canta Chiatello, en una de sus canciones más  bellas, titulada “Viajando”, del disco “Lo simple”.  Algo así se palpa en el ambiente, cuando comienzan a desfilar los álamos al costado de la ruta 22, protegiendo manzanos, ciruelos y perales.  Ya quedaron muy atrás Chimpay, cuna de Ceferino Namuncurá, y también Villa Regina y Padre Stefenelli.  Un giro a la derecha, ingreso a una avenida, atravesar un canal apodado “canalito”, después las vías del ferrocarril y ya se está en el centro de General Roca. La plaza con una feria, la iglesia, una fuente, un pianista que toca canciones a la gorra; la calle Tucumán, restoranes, kioscos de revistas, bancos, locales de ropa. En una esquina, el Bar 43, parada obligatoria para muchos roquenses. Unas cervezas para matizar el calor del verano, y, mientras se toman los últimos sorbos, contemplar en la pared de ladrillos a la vista una camiseta azul y roja enmarcada, junto a recortes de diarios, una remera de la selección italiana de rugby, otra de Los Pumas.  
   Alguien pasa el dato: “le das derecho por la calle de la vía, le das y le das, y ahí lo tenés”. ¿De qué habla? Del Roca Rugby Club. Entonces, le das derecho por la calle de la vía, le das y le das, aunque para el que está acostumbrado a padecer las distancias de Buenos Aires no resulta largo el trayecto, y ahí aparece el club, asoleándose y vacío, salvo por una persona que estacionó su auto en la entrada y ahora corre bajo el calor de la tarde roquense, dando vueltas a una de las canchas. Un calor, como se sabe, con poca humedad y sin ser anticipo de tormenta rabiosa. Hay tantos eneros en Argentina como ciudades. Los álamos, otra vez, aparecen, rodeando todas las instalaciones del club.
   “En los inicios del rugby en General Roca, jugábamos en lo que era un baldío, de tierra,  enfrente de la cancha actual del Deportivo Roca y donde hoy, justamente, se encuentra la parroquia Cristo Resucitado. Éramos chicos de entre 9 y 12 años, y nos enseñaban obviamente personas más grandes. Ya nos llamábamos Roca Rugby”.  Bernardo Carbajal, ingeniero químico, roquense de nacimiento, cuenta desde el living de su casa, una noche de inicios de enero, esa historia, la del rugby en el corazón de Río Negro.
  “Después dejé porque me fui pupilo a Buenos Aires, al Colegio Ward, que no tenía rugby en ese momento, entonces ahí yo jugaba al básquet. Cuando volví, ya con edad de secundario, me prendí de vuelta, no con el Roca Rugby, sino con un equipo del colegio, que era el Domingo Savio. Armamos un equipo para participar de torneos intercolegiales. En realidad, el equipo surge porque había un equipo en Neuquén, del Colegio Don Bosco, y había una rivalidad entre los dos colegios, porque los dos eran salesianos”.
 
  Los resultados acompañaban. Carbajal agrega: “el equipo del Don Bosco de Neuquén se llamaba Los Indios. Había bastante pica. Un torneo intercolegial, recuerdo, lo ganamos nosotros. Y como nos iba bien, se decide armar un club, que se llamó Piraña”. Para esa época,  Bernardo se afincó más al sur, en Comodoro Rivadavia, para estudiar en la Universidad San Juan Bosco. Allí siguió jugando en el equipo universitario de esa ciudad. La vida y sus etapas lo llevaron para lados distintos del rugby. Dejó de jugar, regresó  a Roca, se casó, formó una familia, construyó una carrera profesional y también se dedicó a participar en distintas actividades de la parroquia Cristo Resucitado, en el mismo terreno en donde hace más de 50 años aprendió a jugar rugby.
   Las instituciones, las personas, la vida misma, tienen sus giros, sus piques inesperados. Algunos padres que colaboraban con la parroquia también tenían a sus hijos en los planteles juveniles del Roca Rugby; los chicos querían irse de gira y necesitaban fondos. Se organizó una maratón, en conjunto con la Fundación Marianista, y se repartieron los ingresos por publicidad. Y ahí nació la semilla de que, como parte del entrenamiento de los pibes, tuviesen que hachar y recolectar leña y llevarla a zonas empobrecidas al sur de Roca, como Cerro Policía, Aguada Guzmán, Loncovaca y Mencué, entre otros lugares, para que sus habitantes la puedan utilizar durante el invierno.
   Carbajal explica: “Fue una confluencia de tres entidades. Una, la parroquia, que tiene una extensión muy grande, y que hace un gran trabajo social, enfocado en mitigar las diferencias sociales, sobre todo con la gente de la meseta, que vive en medio de un clima tremendamente adverso. Otra, la Fundación Marianista, con sede en Buenos Aires, de la que también formo parte, que consiguió distintos recursos y ayudas. Y el Roca Rugby Club, a través de los padres y los chicos, que recolectaron la leña”.
   Mientras la noche avanza, en un barrio tranquilo de la ciudad, Carbajal sigue: “Los chicos  arrancaron sauces y mimbres, o talaron frutales de  gente quería cambiar esa variedad. Se les dieron hachas y motosierras para que ellos cortaran la leña. Cargaron varios camiones con leña para la gente de la meseta. Por otro lado, con ayudas de Fundación Marianista y de empresas locales, se construyeron estufas de  leña de alto rendimiento que también se les llevaron a las personas que recibían la madera”.  Apenas una muestra de lo reunido aparece en la foto que ilustra esta entrada.
  Carbajal es ordenado para hablar. Nunca pierde el hilo del relato y además no deja cabos sueltos. Y dice: “Todo significó una complementación de las tres instituciones, para que los chicos tomaran conciencia de las realidades de esta gente de la meseta, y de cómo ellos,  con el rugby, podían colaborar. Se entusiasmaron tanto que al terminar la movida, en invierno, ya planearon volver, y ya están viendo que lugares tienen leña para ir a recolectar este año.” 
    Y aparece mencionado el nombre de Alejandro Moreno, rugbier que, después de iniciarse en el Roca Rugby, llegó a jugar en Los Pumas y en la selección italiana, Ya de regreso a su ciudad, entrena, junto a Gabriel Villalba, la categoría M-17 del club de colores rojo y azul que hizo la juntada de leña. Carbajal afirma: “Él quiere llevar el rugby a los barrios, y es una buena idea. Al rugby hay que popularizarlo más”.  La noche se estira pero hay que partir hacia otros lados. De vuelta en el Bar 43, mirando con más detalle las camisetas enmarcadas que cuelgan de la pared, surge de nuevo el nombre y apellido de Alejandro Moreno, ya que de él  fueron esas remeras. 
 – Hay que hablar con Moreno-piensa quien esto escribe, mientras toma otro sorbo de cerveza