Noche cerrada en
Gualeguaychú, con calor, cantos de grillos y sapos, una luna que echa una luz
grisácea porque la cubren algunas hilachas de nubes, gritos entre los árboles
del Parque Unzué. El Carnaval se apagó
hace muy pocos días, así que los sonidos no son de comparsas, turistas
alborotados ni bailarines tapizados con lentejuelas y plumas. Cuando se pasa un portón de madera pintado de
negro, rojo y amarillo, varios autos
sobre el pasto reposan en silencio, apenas iluminados por la diluida luz de la luna. Una fila de árboles
los separa de un campo de juego.
En la cancha, unos
40 jugadores practican rucks, pases, ataques. Hay gritos que llevan órdenes de
los entrenadores y también instrucciones entre los compañeros. Las torres de iluminación laterales,
encendidas, sirven de guías y de testigos del entrenamiento de la primera
división del Carpinchos Rugby Club, el
más tradicional de ese deporte en la ciudad y con ex jugadores desparramados en
distintos lugares del país, que alguna vez pisaron este mismo pasto. Los únicos sonidos que marcan la noche son las
voces de los jugadores y los entrenadores, y el motor, cada tanto, de algún
auto que pasa por el camino que conecta a la ciudad con el balneario Ñandubaysal.
Después de algunos
minutos, los tres cuartos entrenan una mitad de la cancha, a las órdenes de
Maximiliano Rivero, dueño de un vivero y empresa de mantenimiento de jardines, y los
forwards con el otro entrenador, Mauricio Lischinsky, odontólogo y hasta el año
pasado segunda línea titular del equipo.
De un lado a otro de la cancha, da órdenes el preparador físico, Emanuel
Lapalma, que hace jiujitsu. Él comenta
que buscan incorporar algunos movimientos de esa actividad en los jugadores,
para que sepan cómo derribar al rival, mientras mira cómo los forwards
practican line y maul.
Una y otra vez,
line, maul, line y maul ( (en la foto, un momento de la noche con el entrenamiento de esa parte del juego). Lischinsky da instrucciones, a veces advierte cuando
algún jugador está haciendo penal, marca cosas para corregir. Entre los
delanteros, Eduardo Bartolini, dueño de un negocio en la ciudad, parece ser el que lleva la voz principal en
las jugadas. Terminada la parte de
práctica separada, la Primera arma un partido de práctica entre los propios
jugadores de Carpinchos. La luna sigue
gris, casi escondida, los autos se escuchan cada vez menos, los jugadores cumplen con su trabajo de entrenamiento. Dicen
que la preparación física en Carpinchos mejoró mucho el rendimiento del juego.
Al día siguiente,
en uno de los salones del club, sentados a una mesa de madera larga, papas
fritas y cerveza encima de ella, están: Lischinsky con su pequeño, Rivero, el
presidente del club Juan Pablo Pasetti, que es empleado de una farmacia, el
secretario y ex entrenador, entre otros cargos, el abogado Fabián Otarán, Bartolini
y otro directivo y fundador del club, Fulvio Livio Crespo, que también es abogado.
“Había antes del
club distintos grupos que jugaban rugby. Un grupo se reunía en Juventud Unida,
y se fueron de ese club, y dos personas, Antonio Bazán y José Taffarel, en
1982, nos fueron recolectando, yo era un gurí de 15 años. En 1983 se decide ya fundar oficialmente club”
recuerda Crespo. Y agrega: “Había menores de edad que firmaron el acta de
fundación, no sé cómo hicieron para firmarla”. Otarán complementa: “Desde los ’60
existía un equipo que se hacía llamar Carpinchos, que tenían remera blanca, pero eso antes de la fundación del
club”.
En esos años de los ’80,
Carpinchos, junto a clubes como Barbarie y Tacuara, de Concepción del Uruguay,
fundaron la Liga del Río Uruguay, que incluía equipos del país vecino, como El
Trébol de Paysandú. Esa liga desapareció y hoy Carpinchos juega el torneo
provincial, de la Unión Entrerriana de Rugby, del que es uno de los equipos más
fuertes, y que ganó en 2003.
En ese certamen,
juegan con equipos omo Central Entrerriano, también de Gualeguaychú,
Universitario de Concepción del Uruguay, San Martín de San Jaime de la
Frontera, Pecarí de Villa Elisa y Peñarol de Rosario del Tala, entre otros.
Precisamente ante ese equipo de Rosario del Tala, Carpinchos ganó su único
campeonato provincial, un día de mucho calor de noviembre que incluyó un tercer
tiempo con guiso, después de la final.
La camiseta de
Carpinchos es negra, con una franja roja horizontal en el medio, y dos más
finas amarillas, encima y debajo de esta. Los colores son los mismos que Otago,
un equipo de Nueva Zelanda muy poderoso. Crespo recuerda que “las primeras
camisetas que mandamos a hacer, cuando nos las hicieron, se habían equivocado y
las habían hecho marrones. Así que conseguimos unas celestes y blancas. Cuando
mandamos a imprimir el escudo y el nombre del club, se equivocaron en la
impresión y pusieron, en vez de Carpinchos, Carpenters, como el grupo de
música. Nos decían en esa época: ‘Ahí vienen los Carpenters’ (risas).
En el plantel actual
hay albañiles, comerciantes, profesionales y desocupados. Y entre ellos, se
destaca como una de las figuras del equipo Juan Alberto Fabián, que es
hipoacúsico, y que se encuentra de gira en Chile con el seleccionado argentino
de rugby, formado por personas sordas. “Digamos como le decimos nosotros, no le
decimos hipoacúsico, para nosotros es ‘El Sordo”, dice Passeti y agrega: “Es el
que mejor entiende el juego”. Crespo acota: “Es un dotado para cualquier
deporte. Cuando yo entrenaba a la primera decía: ojalá tuviésemos 14 más como ‘El
Sordo’”.
El predio donde
juega Carpinchos, en el Parque Unzúe, una zona de clubes, campings y muchos
árboles, y muy cerca del centro de la
ciudad, es de la Municipalidad, que se lo cede desde 1984. Pasetti, su actual
presidente, recuerda: “Todo esto era monte; recuerdo que una persona del club
nos traía en un Rastrojero, cuando yo tenía 15 años, a practicar rugby pero
también nos daban azadas para sacar espinillos”. Pasetti debutó en primera a los 16 años, y a
los 18 dejó de jugar, hasta que regresó a los 30, etapa que se prolongó hasta
los 37. Hoy tiene 42 años. “Cuando volví al club a los 30 el predio ya estaba
mucho mejor, y ya había hockey femenino”, agrega.
Carpinchos tiene 260 personas que pagan la cuota social de
100 pesos, pero por ese monto se hace socio todo el grupo familiar, por lo que
la gente que pertenece al club es mucho más grande. “Tuvimos etapas de más de 300
socios y otras de menos de 70. Igual, ahora estamos en crecimiento”, dice
Pasetti.
Rivero, que jugó
hasta el año pasado, y ahora entrena a la primera junto a Lischinsky, afirma: “Nos
falta gente, siempre solemos ser los mismos haciendo de todo”. Tienen unos 40
chicos en infantiles, una cantidad parecida en juveniles y casi la misma en el
plantel superior. Rivero, de 37 año, es
entrenador, dirigente y árbitro. Por su parte, Lischinsky cuenta que nació en
Corrientes, se fue a vivir a Buenos Aires, luego a Santa Fe, después a Neuquén,
siguió hasta La Plata, regresó a esa provincia patagónica, donde jugó en el
Neuquén Rugby, y ahí sí, recaló en Gualeguaychú. “Cuando llegué a la ciudad me
acerqué para dar una mano en lo que hiciera falta, hacer el fuego del asado,
cualquier cosa, Y así terminé participando y jugando y ahora entreno, desde
este año”, dice, y cuenta que en muchos partidos del campeonato provincial
abundan las interrupciones en el juego por falta de destrezas o infracciones.
Rivero añade: “Además, muchos jugadores desconocen el reglamento y cometen
muchas infracciones”.
Los partidos, sin
embargo, no suelen ser ásperos. “Son partidos normales”, cuenta Eduardo
Bartolini, hooker, y uno de los más callados, esta noche de luna gris en
Carpinchos. El club organizó durante
muchos años un Seven, que atraía a muchos jugadores de todo el país; y también
recibieron en el predio de Parque Unzué a veteranos de Los Pumas, con los que
jugaron un partido, e hicieron otro amistoso contra el seleccionado argentino
de rugby de sordos. Esa vez, en el tercer tiempo, mientras disfrutaban de
buenas porciones de carne y achuras, Rivero rememora: “Ya estaba por terminar
el tercer tiempo, de Carpinchos quedaba yo y algunos más, y los sordos, todos
calladitos. Y de golpe uno de ellos al lado mío salta y grita: ¡Pero qué buen
asadooo!..y ahí me cagué todo. ‘¿¿¿Pero
vos hablás, entonces’??? Claro, yo estoy
acompañando al entrenador (risas).
También fueron a la
cárcel de Campana a jugar un amistoso con el equipo formado por detenidos de la
Unidad 41, a fines de 2012. Otarán, como abogado, señala: “En la medida en que
ellos tienen un deporte, para jugar, pueden olvidar en alguna medida el
encierro, y el juego, lo lúdico, da alegría a la vida, se olvidan las penas.
Felicito a la gente de ese proyecto”. Pasetti hace memoria y dice: “Había uno
de ellos que jugaba muy bien, y le comento a un compañero nuestro: ‘Fijate el
7, hay que ubicarlo cuando salga, juega muy bien’. Y me escucha un milico de
ahí, de la cárcel, y dice: “Olvidate, ese tiene para 17 años más acá adentro”
(risas).
Los dirigentes de
Carpinchos cuentan que la cuota es accesible, pero lo que encarece jugar al
rugby en la zona es pagar los viajes. “Y, hay que calcularle que gastás, entre
todo, unos 1500 pesos por mes, porque hay que viajar cada 15 días o a Paraná, o
a Concordia o a Concepción del Uruguay, más pagar la ropa, la comida. Y encima
jugás los domingos, con lo cual de visitante capaz te vas a la seis de la tarde
y llegás a tu ciudad a medianoche y al día siguiente tenés que ir a laburar”,
afirma Pasetti.
Hablando de
medianoche, esa hora empieza a acercarse en el Carpinchos Rugby. “No te
preocupes que acá nadie trabaja”, dice Lischinsky, el odontólogo y entrenador. Bromas
aparte, la reunión comienza a terminar, y en pocos minutos la mesa queda
limpia, las luces se apagan, las torres de iluminación de la cancha también, y
los autos que pastaban en el estacionamiento cobran vida y salen para cruzar el
puente que atraviesa el Río Gualeguaychú y que los llevará a sus casas. El
presidente se queda hasta el final y cierra él mismo el portón de entrada….