Estoy parado sobre
la muralla que divide todo lo que fue de lo que será…no, no. Estoy parado en la
esquina de Anchorena y Charcas, barrio porteño de Recoleta, rodeado de ruidos de bocinas y fragmentos de
conversaciones por celular. Una chica de trajecito azul camina apurada con una
bolsa grande bajo uno de sus brazos, mientras que con el otro sostiene su
teléfono y discute con alguien. En sentido contrario, un hombre mayor, de saco
gris y pantalones color marrón, se desplaza en otra velocidad, apuntalado por
un bastón de madera y con la cabeza inclinada hacia adelante, como si
necesitara ese gesto para avanzar. Yo sigo en la misma esquina. Cuando se
cruzan las tres posiciones, miro hacia el edificio de ladrillos rojos y
ventanas con rejas negras. Camino unos metros, y una enorme puerta de madera se
encuentra ante mis ojos. Sobre el vano de la misma, hay un escudo grabado en
piedra, con dos guerreros esculpidos. A los costados, dos bestias entre
laureles, grises por el material, el humo y los años. Toco el timbre, me abren la puerta, me anuncio
ante un empleado de seguridad y pido por la persona que me indicó la escritora
Anna Kazumi. “Te va a caer muy bien”, me había dicho Anna, autora de los libros
Catástrofes naturales y Flores de un solo día, con su tono de
voz siempre suave.
Y aparece bajando
las escaleras Rob Mumford, flaco, vestido de negro, ojos algo rasgados. Nos saludamos, salimos del lugar, le damos la
espalda al escudo, las bestias y los laureles de piedra, cruzamos Anchorena y
entramos a un bar. “Jugué al rugby en Stokes Valley, ese es mi club, en Nueva
Zelanda. Es cerca de Wellington, la capital. Jugaba de centro y de wing, y en
el colegio también jugaba de ala, aunque era muy livianito. Es que allá hay
categorías por peso, en los torneos colegiales”, dice. ¿Cómo es eso de “categorías
según el peso de cada jugador”?
“Claro, se arman las divisiones por peso; mi colegio
tenía más o menos 10 equipos, e iban desde equipos para chicos que pesaban no
más de 40 kilos, otros entre 40 y 50, después
entre 50 a 60, y después era abierto. Si
llegabas por habilidad, no importaba el peso, era para dividir a los más jóvenes.
Un chico no sigue jugando con rugby si solo tiene que tacklear chicos más
grandes, y hay chicos que no crecen de la misma manera. Hasta en los clubes hay una división de rugby
pero para los que pesan menos de 85 kilos. Eso ayuda a la gente de tamaño más normal, de disfrutar sin tener que
tacklear a unas bestias” (risas).
Rob se fue de viaje
a Inglaterra, y allí su hermano le propuso viajar a América del Sur. Él tenía
pensado ir a África, pero, recuerda: “Caminando por el Hyde Park de Londres, le
dije a mi hermano: ‘ok, vamos a América Latina”. Ya en esta parte del
continente, “conocí gente, un país…increíblemente bello y una gente repositiva, que sabe disfrutar lo
que tiene, con un espíritu generoso…uno siente ese cariño”. Años más tarde
regresó a Argentina, con un amigo, para hacer una travesía a bordo de un Ford Torino V8, modelo 1971, auto
exótico para estas tierras. Partieron de Buenos Aires y y llegaron hasta
Ushuaia. Como apunta Rob, la banda de sonido de ese viaje fueron The
Killers, Massive Attack, Portishead y Stellar,
un grupo pop neozelandés. Él creó una página, www.challengeeverything.com.ar ,en
la que se puede bucear entre sus historias, datos, letras de canciones y fotos.
En Argentina conoció
una mujer, tuvieron una hija, vivieron en Nueva Zelanda y allí se separaron. “Cuando nos separamos,
ella quería volver, y yo dije: ‘Voy a venir también, para estar con mi hija’. Era un desafío personal vivir en otra
cultura. Hace 15 años que vivo acá”, agrega. Y formó pareja con otra argentina. “Bueno, las
argentinas, comparadas con las neozelandesas, son más cariñosas, más
demostrativas, y, físicamente, la mezcla latina es linda. Pero también son más
celosas y calentonas, mientras que en Nueva Zelanda son más tranquilas e
independientes”.
Ese rasgo de pasión lo encuentra Rob en el
deporte. “En Nueva Zelanda no hay hinchadas, inclusive si juegan los All Blacks
casi que hay silencio. Ahora no tanto, pero igual nada que ver con lo que es
acá. Allá son más de poner carteles ingeniosos, creativos. Pero canciones de
hinchada, por ejemplo, no existen”.
¿Otras diferencias? Rob, en medio del ruido
del bar, logra decir: “Hay menos diferencias sociales en Nueva Zelanda, no está
todo tan marcado como acá. Y allá se juega fútbol, pero no es lo que es acá, en
Nueva Zelanda ves canchas de rugby por todos lados. Me gusta el fútbol, jugaba
con mis amigos en la calle, porque en la calle más que una tocata no podés
jugar rugby. Igual, a veces practicábamos pateando la pelota de rugby por
encima de los cables de electricidad, y el otro tenía que agarrarla”.
“Y en cuanto al rugby,
en Nueva Zelanda jugás primero en el club, hasta más o menos 10 años. Después
lo jugás en el colegio hasta los 18, y ahí volvés a jugarlo en los clubes. Un
deporte que se juega mucho es el ‘touch rugby’.” ¿Y en qué consiste esa
disciplina, poco o nada conocida entre los argentinos?
Explica Rob: “se
juega con 6 jugadores por cada equipo, no hay haches, ni scrums, ni mauls ni se
puede patear la pelota. La pelota se pasa con la mano, y al sexto toque que te
hace un contrario, tenés que dejar la pelota en el piso y pasa al otro equipo.
El referee es el que cuenta cada toque, o el jugador que toca va diciendo: ‘Touch
one’ y así”. Uno se imagina al jugador argentino ventajeando….”Y, una vez
jugamos con mi equipo de acá un torneo en el Luján Rugby Club, y algunos partidos eran un lío,
vivían discutiendo todo el tiempo” (risas). Ahora están en plena búsqueda de un campo de juego para volver a practicar...
Al compás de la
mayor exigencia física que plantea el rugby actual, surgen alternativas, como
el “touch rugby”. Rob se entusiasma: “Es un deporte lindísimo, das pases,
corrés con la pelota, trabajás en equipo… pueden jugar hombres y mujeres juntos, no hay golpes. Hoy no todos pueden
tener el físico para jugar rugby, pero todos pueden jugar 'touch'. En los
colegios se juega 'touch' en los almuerzos, y los All Blacks juegan al 'touch' en
casi todos los entrenamientos, para entrar en
calor. Eso desarrolla mucho las habilidades, por eso los pilares neozelandeses
dan los pases que dan”.
El almuerzo se
agota, y el tiempo de la charla, también. Rob debe regresar a su trabajo en la
administración de la sede porteña de la Universidad de Nueva York, en el
edificio de los laureles de piedra. Se acerca el fin de semana y este Licenciado
en Administración por la Victoria University de Wellington, recomienda buenas
bandas neozelandesas, aparte de Stellar: Bic Runga, The Feelers, Shihad, Tim
Finn, Dave Dobbyn, The Datsuns, los clásicos Crowded House…
Rob asegura: “Los contrastes te enriquecen. Yo
cuando me iba de Nueva Zelanda y no sabía cuándo volvía, me despedía de mi papá
con un ‘handshake’ (apretón de manos). Ahora, cuando mi papá viene a la
Argentina-ya vino 13 veces, le encanta el país-, siempre le doy un abrazo antes
de que se vaya a dormir”. Dentro de pocas horas, en el Waikato Stadium, el “handshake”
se lo darán los capitanes de Los Pumas y de los All Blacks. ¿Cuánto contraste
habrá?
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