Abre la puerta de su casa del Barrio Presidente Perón, que
da a la ruta 202. Mira a los costados por si viene algún auto o los morosos 371
y 203. La tarde está calma, soleada y con chicharras de fondo, que florecen con los primeros calores. Cruza
la ruta, entra en el predio del Virreyes Rugby Club, saluda al cuidador del
lugar, se sienta en una silla de plástico y cuenta su historia.
“Vivo enfrente desde
que nací, hace 20 años. Vivo con mi mamá, que es empleada doméstica, y mis tres
hermanos. Mi vieja labura a full de
lunes a sábado. Mi papá está separado de
ella; él es policía, del Centro de Operaciones de Tigre”, dice Jonatan David
Cáceres, sentado a un costado del buffet del club donde juega al rugby desde
hace 6 años. Virreyes, que nació en 2002,
como consecuencia del estallido social de esa época y con el objetivo de
acercar el deporte a pibes de esa localidad y de alrededores, acaba de ascender
de categoría, por primera vez, en el rugby porteño. Y Jonatan, conocido por todos como “Collar”, es
una de las figuras del equipo.
“La verdad que está muy bueno este club. Además está a la vista lo que es”, reconoce y
señala con su mano derecha las canchas bien señalizadas, el
estacionamiento y el salón de usos
múltiples, que en el primer piso tiene aulas donde chicos de las categorías
juveniles reciben clases particulares de apoyo escolar, una de las tantas
actividades extradeportivas de la entidad. “Collar” había jugado al fútbol en
un club de San Fernando, hasta que un hermano se enganchó con la pelota ovalada
y arrastró a toda la familia. “Al principio mi mamá nos veía llegar los sábados
a la noche golpeados o raspados, medio que se asustaba. Pero después lo fue
tomando bien”, agrega.
A través de un
conocido del club, Jonatan consiguió trabajo como gestor de seguros en una
empresa. Antes, y siempre en paralelo
con jugar al rugby y entrenar todos los martes y jueves por la noche, había
trabajado como repositor en supermercados, como jardinero y como cadete de una
tienda de zapatos de mujer. “El laburo
más cansador era el de jardinero, tenés que estar paleando todo el día bajo el
sol. Llegaba a casa, me daba un baño me acostaba un rato y después iba a
entrenar”, recuerda. También cursó el CBC para Ciencias Económicas. “Metí tres
materias pero me desaprobaron en otras tres y eso me bajoneó y dejé, pero
pienso volver”, asegura.
Con la mayoría de
los jugadores de los otros equipos de la última categoría, “Collar” tiene buena
relación. “Pero jugando en juveniles contra clubes importantes tuve discusiones,
para algunos éramos ‘los negritos de Virreyes’. Ahí yo era calentón, pero mis
compañeros me contenían”, dice. Con el ascenso, al éxito social la institución
le suma el deportivo.
“Collar” vive en una
casita de dos pisos; en la planta baja viven sus abuelos y en la superior él
con sus tres hermanos varones y su madre.
Desde la ventana de la vivienda hasta la entrada del Virreyes hay 50
metros, como mucho. “Por eso, cuando falta un árbitro en partidos de juveniles,
me llaman a mí para que vaya”, relata. En el mismo barrio, “La Perón”, como le
dicen los vecinos, también viven otros rugbiers del club: “Chicho”, “Marta” y
“Chiche”, entre otros. ¿Y qué dicen en el barrio de que jueguen al rugby? “Y,
acá a una mina del barrio si le decís queriendo chapear: ‘Soy jugador de rugby’, te dice: ‘Qué me importa” (risas).
*Nota publicada por este autor en el número de la revista Tercer Sector (www.tercersector.org.ar) que ya está en la calle.
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