viernes, 13 de marzo de 2015

Entre ríos de rugby

    Noche cerrada en Gualeguaychú, con calor, cantos de grillos y sapos, una luna que echa una luz grisácea porque la cubren algunas hilachas de nubes, gritos entre los árboles del Parque Unzué.  El Carnaval se apagó hace muy pocos días, así que los sonidos no son de comparsas, turistas alborotados ni bailarines tapizados con lentejuelas y plumas.  Cuando se pasa un portón de madera pintado de negro, rojo y amarillo,  varios autos sobre el pasto reposan en silencio, apenas iluminados por la  diluida luz de la luna. Una fila de árboles los separa de un campo de juego.

  En la cancha, unos 40 jugadores practican rucks, pases, ataques. Hay gritos que llevan órdenes de los entrenadores y también instrucciones entre los compañeros.  Las torres de iluminación laterales, encendidas, sirven de guías y de testigos del entrenamiento de la primera división del Carpinchos Rugby Club,  el más tradicional de ese deporte en la ciudad y con ex jugadores desparramados en distintos lugares del país, que alguna vez pisaron este mismo pasto.  Los únicos sonidos que marcan la noche son las voces de los jugadores y los entrenadores, y el motor, cada tanto, de algún auto que pasa por el camino que conecta a la ciudad con el balneario Ñandubaysal.

   Después de algunos minutos, los tres cuartos entrenan una mitad de la cancha, a las órdenes de Maximiliano Rivero, dueño de un vivero y  empresa de mantenimiento de jardines, y los forwards con el otro entrenador, Mauricio Lischinsky, odontólogo y hasta el año pasado segunda línea titular del equipo.  De un lado a otro de la cancha, da órdenes el preparador físico, Emanuel Lapalma, que hace jiujitsu.  Él comenta que buscan incorporar algunos movimientos de esa actividad en los jugadores, para que sepan cómo derribar al rival, mientras mira cómo los forwards practican line y maul.

  Una y otra vez, line, maul, line y maul ( (en la foto, un momento de la noche con el entrenamiento de esa parte del juego). Lischinsky da instrucciones, a veces advierte cuando algún jugador está haciendo penal, marca cosas para corregir. Entre los delanteros, Eduardo Bartolini, dueño de un negocio en la ciudad,  parece ser el que lleva la voz principal en las jugadas.  Terminada la parte de práctica separada, la Primera arma un partido de práctica entre los propios jugadores de Carpinchos.  La luna sigue gris, casi escondida, los autos se escuchan cada vez menos, los jugadores  cumplen con su trabajo de entrenamiento. Dicen que la preparación física en Carpinchos mejoró mucho el rendimiento del juego.

   Al día siguiente, en uno de los salones del club, sentados a una mesa de madera larga, papas fritas y cerveza encima de ella, están: Lischinsky con su pequeño, Rivero, el presidente del club Juan Pablo Pasetti, que es empleado de una farmacia, el secretario y ex entrenador, entre otros cargos, el abogado Fabián Otarán, Bartolini y otro directivo y fundador del club, Fulvio Livio Crespo, que también es abogado.

  “Había antes del club distintos grupos que jugaban rugby. Un grupo se reunía en Juventud Unida, y se fueron de ese club, y dos personas, Antonio Bazán y José Taffarel, en 1982, nos fueron recolectando, yo era un gurí de 15 años.  En 1983 se decide ya fundar oficialmente club” recuerda Crespo. Y agrega: “Había menores de edad que firmaron el acta de fundación, no sé cómo hicieron para firmarla”. Otarán complementa: “Desde los ’60 existía un equipo que se hacía llamar Carpinchos, que tenían remera  blanca, pero eso antes de la fundación del club”.

  En esos años de los ’80, Carpinchos, junto a clubes como Barbarie y Tacuara, de Concepción del Uruguay, fundaron la Liga del Río Uruguay, que incluía equipos del país vecino, como El Trébol de Paysandú. Esa liga desapareció y hoy Carpinchos juega el torneo provincial, de la Unión Entrerriana de Rugby, del que es uno de los equipos más fuertes, y que ganó en 2003.

  En ese certamen, juegan con equipos omo Central Entrerriano, también de Gualeguaychú, Universitario de Concepción del Uruguay, San Martín de San Jaime de la Frontera, Pecarí de Villa Elisa y Peñarol de Rosario del Tala, entre otros. Precisamente ante ese equipo de Rosario del Tala, Carpinchos ganó su único campeonato provincial, un día de mucho calor de noviembre que incluyó un tercer tiempo con guiso, después de la final.

   La camiseta de Carpinchos es negra, con una franja roja horizontal en el medio, y dos más finas amarillas, encima y debajo de esta. Los colores son los mismos que Otago, un equipo de Nueva Zelanda muy poderoso. Crespo recuerda que “las primeras camisetas que mandamos a hacer, cuando nos las hicieron, se habían equivocado y las habían hecho marrones. Así que conseguimos unas celestes y blancas. Cuando mandamos a imprimir el escudo y el nombre del club, se equivocaron en la impresión y pusieron, en vez de Carpinchos, Carpenters, como el grupo de música. Nos decían en esa época: ‘Ahí vienen los Carpenters’ (risas).

  En el plantel actual hay albañiles, comerciantes, profesionales y desocupados. Y entre ellos, se destaca como una de las figuras del equipo Juan Alberto Fabián, que es hipoacúsico, y que se encuentra de gira en Chile con el seleccionado argentino de rugby, formado por personas sordas. “Digamos como le decimos nosotros, no le decimos hipoacúsico, para nosotros es ‘El Sordo”, dice Passeti y agrega: “Es el que mejor entiende el juego”. Crespo acota: “Es un dotado para cualquier deporte. Cuando yo entrenaba a la primera decía: ojalá tuviésemos 14 más como ‘El Sordo’”.
   El predio donde juega Carpinchos, en el Parque Unzúe, una zona de clubes, campings y muchos árboles, y  muy cerca del centro de la ciudad, es de la Municipalidad, que se lo cede desde 1984. Pasetti, su actual presidente, recuerda: “Todo esto era monte; recuerdo que una persona del club nos traía en un Rastrojero, cuando yo tenía 15 años, a practicar rugby pero también nos daban azadas para sacar espinillos”.  Pasetti debutó en primera a los 16 años, y a los 18 dejó de jugar, hasta que regresó a los 30, etapa que se prolongó hasta los 37. Hoy tiene 42 años. “Cuando volví al club a los 30 el predio ya estaba mucho mejor, y ya había hockey femenino”, agrega.

Carpinchos tiene 260 personas que pagan la cuota social de 100 pesos, pero por ese monto se hace socio todo el grupo familiar, por lo que la gente que pertenece al club es mucho más grande. “Tuvimos etapas de más de 300 socios y otras de menos de 70. Igual, ahora estamos en crecimiento”, dice Pasetti.

  Rivero, que jugó hasta el año pasado, y ahora entrena a la primera junto a Lischinsky, afirma: “Nos falta gente, siempre solemos ser los mismos haciendo de todo”. Tienen unos 40 chicos en infantiles, una cantidad parecida en juveniles y casi la misma en el plantel superior.  Rivero, de 37 año, es entrenador, dirigente y árbitro. Por su parte, Lischinsky cuenta que nació en Corrientes, se fue a vivir a Buenos Aires, luego a Santa Fe, después a Neuquén, siguió hasta La Plata, regresó a esa provincia patagónica, donde jugó en el Neuquén Rugby, y ahí sí, recaló en Gualeguaychú. “Cuando llegué a la ciudad me acerqué para dar una mano en lo que hiciera falta, hacer el fuego del asado, cualquier cosa, Y así terminé participando y jugando y ahora entreno, desde este año”, dice, y cuenta que en muchos partidos del campeonato provincial abundan las interrupciones en el juego por falta de destrezas o infracciones. Rivero añade: “Además, muchos jugadores desconocen el reglamento y cometen muchas infracciones”.

   Los partidos, sin embargo, no suelen ser ásperos. “Son partidos normales”, cuenta Eduardo Bartolini, hooker, y uno de los más callados, esta noche de luna gris en Carpinchos.  El club organizó durante muchos años un Seven, que atraía a muchos jugadores de todo el país; y también recibieron en el predio de Parque Unzué a veteranos de Los Pumas, con los que jugaron un partido, e hicieron otro amistoso contra el seleccionado argentino de rugby de sordos. Esa vez, en el tercer tiempo, mientras disfrutaban de buenas porciones de carne y achuras, Rivero rememora: “Ya estaba por terminar el tercer tiempo, de Carpinchos quedaba yo y algunos más, y los sordos, todos calladitos. Y de golpe uno de ellos al lado mío salta y grita: ¡Pero qué buen asadooo!..y ahí me cagué todo.  ‘¿¿¿Pero vos hablás, entonces’???  Claro, yo estoy acompañando al entrenador (risas).
   También fueron a la cárcel de Campana a jugar un amistoso con el equipo formado por detenidos de la Unidad 41, a fines de 2012. Otarán, como abogado, señala: “En la medida en que ellos tienen un deporte, para jugar, pueden olvidar en alguna medida el encierro, y el juego, lo lúdico, da alegría a la vida, se olvidan las penas. Felicito a la gente de ese proyecto”. Pasetti hace memoria y dice: “Había uno de ellos que jugaba muy bien, y le comento a un compañero nuestro: ‘Fijate el 7, hay que ubicarlo cuando salga, juega muy bien’. Y me escucha un milico de ahí, de la cárcel, y dice: “Olvidate, ese tiene para 17 años más acá adentro” (risas).

  Los dirigentes de Carpinchos cuentan que la cuota es accesible, pero lo que encarece jugar al rugby en la zona es pagar los viajes. “Y, hay que calcularle que gastás, entre todo, unos 1500 pesos por mes, porque hay que viajar cada 15 días o a Paraná, o a Concordia o a Concepción del Uruguay, más pagar la ropa, la comida. Y encima jugás los domingos, con lo cual de visitante capaz te vas a la seis de la tarde y llegás a tu ciudad a medianoche y al día siguiente tenés que ir a laburar”, afirma Pasetti.

  Hablando de medianoche, esa hora empieza a acercarse en el Carpinchos Rugby. “No te preocupes que acá nadie trabaja”, dice Lischinsky, el odontólogo y entrenador. Bromas aparte, la reunión comienza a terminar, y en pocos minutos la mesa queda limpia, las luces se apagan, las torres de iluminación de la cancha también, y los autos que pastaban en el estacionamiento cobran vida y salen para cruzar el puente que atraviesa el Río Gualeguaychú y que los llevará a sus casas. El presidente se queda hasta el final y cierra él mismo el portón de entrada….