martes, 22 de julio de 2014

Nosotros y los miedos







“Me pregunto quién cuidará mis caballos /cuando caiga la antena/me pregunto quién cuidará mis caballos/cuando cruces mi frontera”. Se escucha Phonalex por la radio con “Quién cuidará mis caballos”, y en esta mañana llamativamente soleada y tibia de invierno, cruza un camión plateado que lleva animales al hipódromo.  Siguen cuadras con árboles de todo tipo: casuarinas, jacarandás, tilos, fresnos, plátanos.  Esta zona debe de ser la de más árboles por metro cuadrado del Gran Buenos Aires.  El sol riega las parcelas de césped de las veredas,  un hombre descarga un bolso con palos de golf de un auto bordó, tres chicos con equipo de gimnasia azul y blanco almuerzan en un banco de piedra de una esquina.

  A lo lejos crepitan los sonidos de los autos que vuelan por Panamericana. Cerca, una pared tapizada de enredaderas verdes, distraídas del invierno por el calor sorpresivo. A un costado, una puerta. Timbre, y pocos segundos después, se abre la puerta y una mujer rubia, vestida con ropas claras, que hacen juego con la luz del día, invita a ingresar a su casa. Un perro macizo, que parece tallado en madera, merodea por el jardín.  Ya bajo techo, el ambiente tiene más sombra. Unos pocos pasos, otra puerta que se abre y se cierra, un estudio. Y, sentada al lado de un escritorio, en un ambiente muy ordenado, con hebras de sol que se filtran por las cortinas blancas a sus espaldas, la anfitriona, la psicóloga Julia Álvarez Iguña, quien aparece en la foto al comiezo de este escrito,, especializada en deporte de alto rendimiento y en particular en rugby, se dispone a conversar. Michel Foucault decía que ir al psicólogo tiene algo de semejante con la confesión ante un sacerdote; la intimidad, las cosas que se dicen porque ya no se pueden ocultar más, las confidencias….Álvarez Iguña ha recibido y recibe a jugadores de rugby, entrenadores, preparadores físicos, en este mismo espacio, que debe tener impreso las huellas dejadas por cada secreto que se revela…


-¿Cómo se acerca al mundo del rugby?


- Empecé primero a atender a golfistas; trabajé con más de 15 profesionales y también aficionados. Y después empecé a escribir en una revista de golf y en una de polo. Entonces se empezó a acercar gente del polo, y como iba a Hindú, a través de estos artículos conocí a Rodrigo Quesada; le conté a lo que me dedicaba, me dijo que era interesante.  Y me invitó a escribir artículos en www.rugbytime.com hace 5 años. Y empezaron ahí a acercarse muchas personas del rugby.


-¿Encontró algún cambio respecto de quienes juegan polo o golf?


-Bueno, en el polo y en el golf hay mucho narcisismo. En esos deportes, cuando llegan a un nivel se creen que las saben todas. Hay que ser muy humildes para poder trabajar con el “yo”. En los deportes individuales es muy fuerte mirada del otro, el valor social que tienen esos deportes, cómo me miran los demás… en el deporte grupal se pierde más el tema de los egos. No tiene que existir el ego en un equipo, en cambio sí tiene que existir un “yo” cohesionado, que haga que todos tiren para el mismo lado. Hay, es cierto, un narcisismo reinante en la sociedad, esto de “Yo valgo de acuerdo a como el otro me mira y no como yo me juzgo”.


-¿Miedo a qué le confiesan los jugadores, cuando vienen a su consultorio?


-Miedo al error. En chicos se ve poca tolerancia el error y a la frustración. Esto tiene que ver con poca capacidad de esperar. No te podés perdonar un error, no podés tolerar una falta. Muchos jugadores se quedan “pegados” mentalmente en esa falta, en ese error, cuando en realidad ya pasó, hay que seguir adelante. “Hago una jugada mala, por lo tanto, soy malo”…no, esto no es así. Es un (enfatiza) jugador que hace jugadas buenas o malas. Se suele arrastrar el “soy malo, soy malo, soy malo” y empiezan a pensar  “qué va a decir el entrenador, me va a sacar”. Se hace un espiral. Se juega como piensa. Hay que trabajar con visualizaciones Como la técnica de Johnny Wilkinson, que no pensaba en pegarle a los palos. Se imaginaba que estaba parado frente a los palos, y que detrás, en el medio, había una chica llamada Doris, con unas papas fritas en una mano y un vaso de Coca en la otra, y él pensaba que con la pelota tenía que acertarle a una cosa u a otra. Eso es algo neutro, porque nunca hay que pensar palabras relacionadas a un resultado. Resultado es evaluación, y evaluación únicamente  bueno o malo.


-¿Hay jugadores que le plantean su miedo a lesionarse?


-No, el miedo a lesionarse en general se produce una vez que te lesionaste. Porque está esta idea de “si me lesiono no pertenezco más al grupo”.  Se ven una cantidad de lesionados antes del Mundial de fútbol o antes de que comience el torneo de la URBA porque muchos van más allá de sus límites, con este de querer seguir jugando u jugando aunque el cuerpo te vaya dando otros mensajes.


-¿Ninguno le plantea miedos a tener lesiones de columna?


-No. Lo tienen oculto, “a mí nunca me va a pasar”, dicen o piensan. Es más un miedo de los padres de los chicos. Son negadores con eso.  Deberían saber que cuando el referee aplica una ley, te está cuidando. Me sorprende de chicos que entrenan días y días muy duro, y  luego se revientan con el alcohol. ¿Cómo es que se cuidan así?


-¿Nota esa situación de abuso de alcohol?


- Lo vi, lo palpé trabajando con chicos. Les dicen: “No tomen, no tomen”, pero en un tercer tiempo hay padres o dirigentes borrachos. Las leyes cuesta imponerlas, pero hay que hacerlo, hay que poner en práctica eso. Que empiecen por no tomar tanto los adultos. O como esos adultos que dicen: “Mi hijo se pasa todo el día comprando cosas”, y ese padre hace lo mismo. O los que dicen a su hijo: “Vos nunca te tomás un colectivo”…¿y cuándo un padre se tomó un colectivo con el chico?


-Un tema del que se habla muy poco es de los “bautismos” a los jugadores que llegan a Primera. En algunos clubes, a veces, suelen ser muy crueles…


¬- Es como una iniciación. Sí, algunos “bautismos” son muy salvajes y, los chicos lo toleran por la necesidad de pertenencia. Si no lo aceptás, quedás afuera.  Eso está relacionado con el machismo. Evidentemente, la persona que pone en juego un “bautismo” muy cruel, lo ha sentido en forma pasiva. Está esta idea de “si yo lo viví, que lo viva el otro”. Hay algo de sometimiento. ¿Cuál es el objeto de esas agresiones? Descargar la agresividad que uno siente. Es parte del machismo tonto.


-Volviendo a un tema anterior, ¿cómo se trabaja, psicológicamente, con un jugador lesionado?


- Hay que quitarle el miedo a la lesión y a que tenga otra, trabajando con un equipo interdisciplinario. Y tiene que tener confianza en el médico. Hay que tener un lugar de confianza básica al que recurrir. Si el jugador siente que le hablan como diciéndole: “Sos una rodilla, sos una cadera”, no va. El jugador es una persona con angustia  y con miedos, y a veces por falso machismo no preguntan sus dudas. Hay que poder confiar en el entrenador, en el médico y en el psicólogo.


-Cuando atiende a entrenadores, ¿qué rasgos negativos suele encontrar?


-La falta de comunicación. Por ejemplo, entrenar la parte técnica, de la misma manera, y, sin que la hayan aprendido del todo, pasar a otro ejercicio. Entonces, si sale mal algo, insultan al jugador. No es así, las cosas hay que explicarlas. Explicar, practicar, entender, y recién después agregar cosas. A veces está esta idea de algún entrenador de “Ah, porque yo soy Puma”. ¿Y? Hay que explicar las cosas, o en Juveniles, explicar por qué sacás a un chico o a otro…por la causa que sea: “Porque tenés que practicar más”, “Porque no viniste a entrenar”, o lo que fuere.  Si un chico no está bien de autoestima se destruye. Necesita el “ya te va a salir”, no que lo insulten. Estamos formando chicos, no ejércitos. El chico en ese caso va a sufrir, no a divertirse. Con amenazas del entrenador nadie se divierte.


-Dejando de lado otros factores (distancia, problemas de horarios), ¿qué elementos pesan, psicológicamente, para que un chico deje de jugar rugby?


- En esos casos el abandono puede ser por falta de presencia de los padres o por excesiva presencia de los padres, porque si el padre está obsesivamente encima del chico, también influye para mal, y el chico juega por el deseo del padre, no por el de él. Luego puede estar la poca comunicación con el entrenador. O el “bullying” (maltrato, en castellano, o, como se decía antes, “tomar de punto a alguien”, con violencia verbal y/o física).


-¿"Bullying" en el rugby?


-Claro, a veces lo ves. Los chicos lo sufren cuando en un  club hay  maltrato, porque, por ejemplo, jugás en Primera y creés que dominás todo. O los insultos. En mis consultas me dicen que lo que no soportan es el insulto, dentro de la cancha o fuera. Un jugador me decía que no soportaba que el capitán lo insultara dentro de la cancha, le hacía mal. O la exclusión del grupo. En un club, porque un chico era "negrito" no jugaba, no le daban bola, el entrenador ni lo miraba. Tenía buena posición económica, pero era de tez mate…


-Eso es un antivalor...


-¿Dónde están los valores en esos casos? Los valores se demuestran en actitudes. ¿Cómo enseño valores?  Ayudando al que necesita. O preguntándole al otro si se siente mal, o qué le pasa. No medirlo por lo que tiene. Ser un buen jugador es también ser una buena persona.


-Hablemos de los valores…


-Estuve en un congreso en Mar del Plata en donde se abordó centralmente el rugby como herramienta de inclusión social para personas privadas de su libertad. Es increíble cómo el rugby puede fomentar el escuchar, saber que hay otro al lado, saber esperar tu turno, saber cumplir con normas. Eso, al menos a mí, no me lo mostró ningún otro deporte. O proyectos como el Virreyes, que hacen una tarea increíble. Pero son normas que imparten valores que se están perdiendo en la familia y en la sociedad.  Hay que trabajar en el compartir, en tener confianza en un compañero. Y en respetar el referee. El referee se banca todo solo, sin hinchada. ¿Por qué no respetamos al que tiene que imponer la Ley? Y hay que privilegiar el ser sobre el tener, y trabajar para no inflar el ego.



  El sol siguió con su camino esta hora y media y los rayos que entran por la ventana tienen otra angulación. Es hora de saludarse y de partir, de caminar por el jardín y ver al perro casi de madera que mira curioso. La puerta que se abre y, como al principio, se cierra enseguida. En pocas horas, quizá, ingrese algún jugador de Grupo I, o II, o un entrenador, a derramar sobre el escritorio de madera sus angustias y miedos, esos para los que las épocas que corren no suelen ofrecer tiempo ni atención. Por eso, con seguridad, esta casa con su frente engalanado con enredaderas seguirá
registrando el eco de muchas confesiones.  
registrando el eco de muchas confesiones.