martes, 11 de septiembre de 2012

Salud y trabajo

  “Bienvenidos a San Fernando. Capital nacional de la náutica”, dice el cartel, a pocos metros de la Estación Bancalari del tren.  Pero para llegar al Río de la Plata falta bastante. El agua que se ve acá está en las canaletas, en algunos charcos en la calle y adentro de un bidón de plástico que un chico lleva en la mano, mientras camina por una de las veredas.  A la izquierda, una línea de casas anticipa que ahí está el Barrio Presidente Perón.  A la derecha, un  paredón gris larguísimo y otro cartel que indica: “Virreyes Rugby Club”.
   Ya se conoce bastante de este lugar, que surge en 2002, cuando en plena sacudida del país por desocupación y pobreza extremas, un grupo de personas del CASI y del SIC decidieron crear un club para acercar el rugby a sectores que no solían tener acceso a él. Y, fundamentalmente, para trabajar valores como esfuerzo, autosuperación, trabajo en equipo, disciplina, espíritu de grupo y contención afectiva. También es sabido que el club canaliza becas de estudio para los niveles secundario y universitario, y hay talleres de apoyo escolar en el predio.  Ya en “Panamericana y 202”, en este mismo espacio, se había contado la historia de este club.
  Hoy golea a su rival ocasional. Virreyes, que desde2009 juega en el Grupo IV de la URBA, puntea el campeonato y tiene chances de ascender, aunque es una tarea complicada. A un costado de la cancha, un hombre de pelo blanco, camisa celeste y pantalones azules, se tapa el sol con la mano haciéndole de visera. Es Rodolfo O’Reilly, ex entrenador de Los Pumas durante varios años.  Otro coach, el ex jugador del CASI Daniel Sanés, camina de acá para allá, nervioso,  y cada tanto grita alguna instrucción.  Virreyes juega bien y los familiares de los pibes, venidos desde los barrios Perón, San Jorge, La 15, La 13 y la 16, entre otros, alientan al equipo.
  A un costado de la cancha está Flavio Sarli, segunda línea de Virreyes, recuperándose de una lesión. “Tuve una hernia, y me tuvieron que operar. Fui al Hospital de San Fernando en noviembre del año pasado, me dieron turno para marzo de este año. Pero de ahí fui todas las semanas y me decían ‘tenés que esperar….tenés que esperar’. Me operaron al final a fines de juinio, cuenta, al lado del alambrado perimetral.
   Se lesionó luego de que se le cayera encima un adversario, y un mal movimiento de las piernas le causó una hernia. Pasaron los meses de demora en el hospital hasta que llegó el día de la operación.  “A las siete de la mañana llegué al hospital. Recién al mediodía me llevaron a operar. Era un desastre el lugar. Había sangre por todos lados, estaban sacando a un muchacho degollado, a otra persona toda cortada…estaba todo lleno de sangre, y baldeaban cuando yo entraba para la operación.  Por estar viendo todo eso me empezó a bajar la presión. La persona que me iba dar la anestesia era muy mayor, le temblaba toda la mano.  Ahí me caí, me desmayé”, recuerda.
  Media hora después se despertó, rodeado del personal del hospital y de familiares. Finalmente lo pudieron operar, y cuando se despertó, se pasó él mismo hacia la cama, porque no había nadie para ayudarlo.  “En la cama de al lado había una persona escuchando música a todo lo que da; del otro, un preso, con toda su gente, todos drogándose.  Me dieron una sola sábana, arriba del colchón, con manchas de sangre. Así que para abrigarme, mi familia me puso camperas encima, porque hacía mucho frío ahí.” Con Flavio estaban su madre, su padrastro y su novia, que se quedó a dormir con él, al lado de la cama, en el piso, usando de almohada una campera y un bolso. Sillas no había.
   Flavio calculó que había unas 50 habitaciones con entre tres y cuatro pacientes en cada una. Y vio  a una sola enfermera para toda esa gente.  Se pidió un Alplax para dormir, teniendo en cuenta los dolores de la operación, la música a todo volumen del paciente de uno de sus lados y el olor a porros del otro. Le dieron el tranquilizante sin quejas.
  A la mañana siguiente, después de desayunar mate cocido en un vaso que tenía pelos y ver a las enfermeras fumando en los espacios cerrados del hospital, decidió irse. Firmó todo lo que hacía falta para eso y se fue a descansar a su casa.
  La rehabilitación la pudo hacer sin problemas, aunque lo despidieron del trabajo de repositor que tenía. “Trabajaba en el Jumbo de Unicenter y en el Carrefour de Olivos, Me pagaban 3800 pesos por mes, y hacía 8 horas, o a veces más", dice. 
  Flavio vive con su madre, su padrastro y sus dos hermanos.  Estudia para masajista, aunque también desea regresar al profesorado de Educación Física, que tuvo que dejar para poder trabajar. “Eso pasa con muchos pibes de acá, que después de M-19 tienen que salir a laburar y se les complica seguir jugando. Yo cuando trabajaba en el supermercado los sábados salía a las dos de la tarde, a veces a las tres. No llegaba a los partidos, o llegaba muy justo”, cuenta.
   Él fue de los primeros chicos en llegar al Virreyes, a fines de 2001.  “Me trajo un amigo que jugaba en el Tigre Rugby. Él después dejó, tuvo problemas con la familia, en la calle….y bueno…ahora no puede salir. Tiene para un tiempo largo”, dice.
  Flavio debutó en primera en el primer partido de los verdes de Bancalari en la URBA, ante Almafuerte, en 2009. Su puesto es segunda línea, acorde a su buena altura.  “Al principio, cuando íbamos a algunos clubes, siempre había dos o tres de los otros que nos decían: ‘Negros de mierda’, ‘¿Qué hacen acá?’, ‘Esto no es para ustedes’”.  Ya no les damos bola a los que nos dicen esas cosas”, asegura.
“Acá hay muy buena calidad de gente. Y somos todos amigos. Por eso es un club especial. Y somos gente humilde. Cuando vamos de visitante, vamos así, con un equipo de gimnasia, común.  A algunos clubes los ves bajar del micro y parece que fueran a bailar”, dice riéndose.
   Flavio de a poco está volviendo a jugar, en Intermedia, tratando de lograr un espacio ahí. Mientras cae la tarde, Virreyes tiene ya el partido definido desde hace rato ante su rival, aparecen esbozadas otra historias.  Le pregunto por “Batman” y me dice que ya no juega, porque no le queda tiempo después de trabajar en una empresa metalúrgica. “Batman estaba por recibirse de diseñador gráfico en la Universidad de Palermo, pero tuvo que dejar porque los padres se fueron a vivir a Entre Ríos y lo dejaron acá solo, y tuvo que salir a laburar. Se alquila una casita, ahora”, revela Flavio.  “Chiche”, por su parte, está con el reparto de bidones de agua de lunes a sábado, de 8 a 17 y se le complica jugar. “Chipi” sí juega, y bien, como uno de los medios de la primera de Virreyes, y trabaja en Cadbury de portero.  Y se habla también de “Chucky”, de Chanut, de Rodrigo Miño, el hooker, y de tantos otros más cuyas historias merecen ser contadas con más detalle.
   Flavio muestra orgulloso la bandera blanca con letras verdes que mandó a hacer a un hombre en Béccar, que dice “Virreyes Rugby. De por vida hasta la muerte”, y se despide hasta la próxima, mientras el sol ilumina con sus últimas fuerzas los techos de las casitas de enfrente...