jueves, 16 de febrero de 2012

Una madrugada

    Pilar es un nombre de mujer.  Para la Real Academia Española, uno de sus significados es: “Especie de pilastra, sin proporción fija entre su grueso y altura, que se pone aislada en los edificios, o sirve para sostener otra fábrica o armazón cualquiera.”  También se le dice así a una persona que sirve de amparo a otra.  Y es además el nombre de una ciudad cercana a Buenos Aires, más precisamente a  54 kilómetros de aquella. La persona con buena memoria recordará que hay otra ciudad llamada Pilar, en Córdoba. Pero en este momento la historia se centra en la Pilar bonaerense, en un amanecer dentro del boliche Cuernavaca, después de unas horas de agitación, de pantalones Oxford, minifaldas y cervezas.

   “Era el año 1974, más o menos. Un grupo de amigos con los que íbamos a Cuernavaca empezó a armar los inicios del Pilar Rugby. Entre aquellos que empezaron estaba el dueño del boliche”, recuerda Héctor Romero. En esa barra de amigos, hasta ese entonces el fútbol era el deporte que todos compartían.  “Cuando empezamos a jugar el rugby, al principio llevamos todos los vicios del fútbol, como protestar, reclamar todo”, agrega Romero.

   El predio del colegio Verbo Divino fue el escenario de las primeras prácticas de esos pilarenses atrevidos que querían formar un equipo de rugby con arraigo en la zona. Ya estaba relativamente cerca Deportiva Francesa, pero en la localidad de Del Viso. A Pilar le faltaba rugby.

  Los primeros rivales fueron equipos de zonas vecinas, como de Exaltación de la Cruz, Campana, General Rodríguez y Moreno, que no estaban afiliados a la Unión Argentina de Rugby. Por ese 1974 también jugaron con Sociedad Hebraica, que al mismo tiempo ingresaba en los campeonatos oficiales, y, se construía  una especie de clásico, ya que el club de la colectividad judía tenía y tiene su campo de juego en Pilar, sobre la Ruta 8.  “Los que veníamos del fútbol”-cuenta Romero-“nos encontramos con algo nuevo, que era el famoso tercer tiempo, donde los problemas se olvidaban y había camaradería”.

  En aquellos meses iniciales de 1974 el Pilar Rugby no tenía sede. Los jugadores se juntaban en un boliche del centro de la ciudad alrededor de las 14, y, en distintos autos, iban a la cancha donde les tocaba jugar. Con el tiempo, consiguieron fondos para alquilar un micro que los llevara a los partidos.

“Hasta ese momento no había nada de rugby en Pilar. Éramos en los comienzos 10 o 12 tipos, que corríamos como locos entrenando, que veníamos del fútbol.  Para formar el equipo, también vinieron “foráneos”: personas que Vicente López y San Isidro y que se sumaron al grupo, de la mano del dueño de Cuernavaca, “Tato” Elías, uno de los presentes en la madrugada post baile donde decidieron armar el Pilar.

  Romero medía 1, 65 metro, y sabía que su contextura no lo ayudaba para ese deporte.  “Pero igual me gustó el rugby, el ambiente, la amistad por sobre todo, la unión…el saber que podías golpearte con un adversario y eso no terminaba en una agresión”, dice y recuerda que jugaba de wing.

   Ese 1974 se pasó en partidos de preparación, entrenamientos y en telefonazos y reuniones para sumar más personas al proyecto.  Romero jugó desde 1974 hasta 1979, cuando se casó. “Una vez jugamos con el SIC un amistoso. Nos cansamos de ir a buscar la pelota a nuestro in-goal. Pero les llegamos a hacer un try”, agrega.

   “Después fuimos a torneos regionales en la provincia de Buenos Aires. Uno de ellos fue en la ciudad de Rojas.  Fue un fin de semana largo, íbamos todo un grupete en tren. Vaciábamos la cantina en la segunda estación….también fuimos a jugar a Concepción del Uruguay, en Entre Ríos”, dice, y recuerda algunos nombres de aquellos pioneros: “Juan Antal, Coco Chalteiro, ‘Chochi’ Manfredi, que se encargaban de la parte dirigencial…Sergio Frascalori, Miguel Sainz, Juan Manzanares, ‘Charly’ De Batista, el ‘Gallego’ Paul…algunos de ellos luego se fueron a Deportiva Francesa, que siempre estuvo más armado.”
  ¿Y los colores que defendía? La primera camiseta era a rayas naranja y verde y después pasó a ser blanca, con rayas de aquellos mismos colores.  La cancha que usaban era la del Club Atlético Pilar, sobre la Ruta 8. Ese club quería introducir el rugby entre su oferta de actividades, y el grupo de Cuernavaca tenía la gente pero le faltaba infraestructura. En 1981, como Club Atlético Pilar, se afiliaron a la Unión Argentina de Rugby y en 1982 jugaron su primer campeonato en la última categoría, que se llamaba Preclasificación: ahí jugaron con GEBA, Hebraica, San Marcos, Luján, Los Cedros y Arquitectura. En esa temporada terminaron últimos, con un partido ganado y 17 perdidos. Al año siguiente no presentaron equipo aunque volvieron en 1987, solamente por dos años, cuando volvieron a irse de la UAR . Romero esa etapa ya no la vivió.

 “Pero tomé todo ese tiempo en el Pilar con mucho cariño. Amé y sigo amando al rugby, que me dejó muchos amigos. Pasados los años, con otro chico estuvimos dando clases en otro club para que los pibes no estuvieran en la calle, teníamos una escuelita de rugby con 40 chicos, martes, jueves  y sábados.  Uno de esos chicos, Diego Santos, después fue a jugar de Deportiva Francesa, y el rugby le cambió la vida”, dice y sigue:  “De alma yo era del SIC. A mis hijas que tienen 30 y 31 años las llevé a ver rugby como si a un chico lo llevás a ver fútbol. Una vez llevé en un Fiat 128  a 8 mujeres a que vieran un torneo juvenil de rugby y también las llevé a Ferro a ver a Los Pumas”.