viernes, 30 de septiembre de 2011

El georgiano más famoso

...se llamaba Iosif Vissariónovich Dzhugashvili, había nacido en la ciudad de Gori, era hijo de un zapatero, quedó huérfano de chico y luego entró a un seminario de la Iglesia Ortodoxa. Ese niño georgiano, apasionado por la lectura, las flores, la música y el canto litúrgico, admiraba las leyendas de su pueblo, en particular las que tenían como protagonistas a  Koba, un héroe popular del país. De hecho, por unos años, Iosif se hizo llamar “Koba” Y el escritor británico Martin Amis, en su ensayo Koba, el temible, abordó al georgiano más famoso, que pasó a la fama por su otro apodo: Stalin.
   Lo que hoy es Georgia fue un territorio dominado por griegos, romanos, turcos, persas, árabes, mongoles y por la Unión Soviética, ese país que justamente iba a ser conducido con puños de acero por el georgiano Stalin, cabeza máxima del Partido Comunista radicado en Moscú. Georgia tenía y tiene sus particularidades: país cristiano ortodoxo, con un alfabeto e idioma propio que no se parece a ninguna de las lenguas europeas más conocidas, está literalmente en la frontera entre Asia y Europa, rodeado por Turquía, Rusia, Azerbaiján y Armenia.
  De Georgia los medios de comunicación internacionales hablan poco y nada. Apenas, cada tanto, dicen algo de los conflictos en las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, que quieren independizarse. Otras cosas no cuentan. Georgia también es uno de los estados de EEUU, y parece más nombrado por los medios occidentales: claro, su capital es Atlanta, donde está la sede central de la Coca Cola, y de esa región es la banda R.E.M. Esa mayor presencia de la Georgia norteamericana lleva a que, para referirse al país europeo-asiático, los periodistas pronuncien su nombre con acento inglés: “Shuorshia”.
  Algo une a ingleses y georgianos. Ambos tienen en su bandera la cruz de San Jorge, roja sobre fondo blanco. Hay quien dice que el país Georgia tiene como origen de su nombre a San Jorge, santo patrono de la tierra de Stalin. Quizá otro punto oculto de contacto entre georgianos e ingleses sean que los primeros,  en tiempos muy antiguos, jugaban al “Lelo burti”, un deporte en el que dos equipos, representativos cada uno de un pueblo distinto, jugaban un partido generalmente en el terreno ubicado entre dos ríos, y ganaba el que más veces apoyaba una pelota sobre la orilla del curso del agua del contrario.  La pelota podía patearse o llevarse con las manos. Y, a veces, hasta podían usarse caballos para llevarla.  En la antigüedad, el terreno de juego podía tener ¡kilómetros! de extensión, e incluir valles, arroyos, bosques.
  Ya bajo dominio soviético, el “Leloburti” fue reglamentado, y se decidió que cada equipo tenga 15 jugadores, que se pueda pasar la pelota (rellena de pasto o lana de oveja) hacia adelante, y que cada jugador puede tener el balón no más de cinco segundos.  Los participantes pueden sacarle la pelota de las manos a sus rivales, pero no deben obstruirlos sin la pelota, ni empujarlos deliberadamente.  No es de extrañar que con ese deporte nacional antiquísimo, los georgianos tuvieran cierta base para desarrollar las habilidades del rugby.
  Y la selección de Georgia, apodada “Lelo”, debutó internacionalmente antes de que el país tuviera su independencia de la Unión Soviética: en 1989, ganándole a Zimbabwe Luego comenzó un lento progreso, los clásicos con Rusia (con diferencia abrumadora en favor de los georgianos) y la presencia en Mundiales.
   La “Top” League de Georgia tiene 8 equipos, con predominio de los clubes de la capital del país, Tiflis, o Tblisi. El Army Tblisi, es decir, el equipo de las Fuerzas Armadas georgianas, es uno de los equipos más poderosos, junto con el Locomotive, de la misma ciudad. Probablemente, los georgianos que se presenten en el estadio de Palmerston North, en Nueva Zelanda, para ver a su selección ante Los Pumas, entonen el cantito famoso que resuena en los estadios Boris Paichadze y Mikhail Meskhi de Tblisi: “Lelo, lelo, sakartvelo” (“¡try, try, Georgia!”).

jueves, 22 de septiembre de 2011

Panamericana y 202

“Para vos, papá, por tu cumpleaños”, dice Daniel Salas, con el índice que apunta a su padre camionero, que fue a verlo jugar por primera vez y que, desde el costado de la cancha, con campera, gorro y las manos en los bolsillos, devuelve una sonrisa. ¿Fútbol? No, rugby. A pocas cuadras de la Estación Bancalari, en la zona norte del Conurbano bonaerense,  Daniel acaba de hacer un try para el equipo en donde juega, una categoría juvenil del Virreyes, que le gana a SITAS, de El Palomar. Pero el Virreyes Rugby Club no es como cualquiera de los clubes tradicionales. Además de permitirle a muchos chicos de barrios populares que jueguen ese deporte, ofrece becas de estudio, clases de apoyo y algo tan invisible como importante: sentirse parte de un proyecto en común.

  “Nuestras mujeres apadrinan un colegio de Virreyes. Como yo entrenaba rugby infantil y siempre me interesó lo social, me pregunté: ‘¿Para qué tanto rugby en mi vida?’. Y cuando surgió el proyecto, me dije: ‘Claro, tanto rugby fue para esto’, recuerda Marcos Julianes,  ex jugador del Club Atlético San Isidro y actual vicepresidente del Virreyes, mientras alienta desde afuera a los chicos.

 Junto a otro ex rugbier, Carlos Ramallo, fundaron la institución y convocaron a un grupo de gente bastante nutrido que hoy le pone el hombro al VRC, que incluye hasta una socióloga, Eleonora Jaureguiberry. ¿Quién es el entrenador del plantel superior, que juega en la última categoría del rugby porteño? Rodolfo “Michingo” O’Reilly, ex coach de Los Pumas y ex secretario de Deportes de la Nación.

 “Se fue sumando más gente, desde 2003. Se fueron juntando fósforos e hicieron una fogata”, agrega Julianes.  “Es cierto que en 2002 había una crisis muy fuerte y mucha movilización en la gente”, dice. La Municipalidad de San Fernando les dio los terrenos de su actual sede, a unas diez cuadras de Panamericana y Ruta 202. Hoy, 400 chicos de 6 a 19 años juegan al rugby en el Virreyes. También forman parte del club unos 60 socios  mayores y 200 socios benefactores.

     ¿Qué puede aportar socialmente este deporte? Julianes contesta: “Disciplina, asumir compromisos, trabajar en equipo. Todas cosas que sirven para la vida misma. El rugby en sí, por su juego, hace que sea difícil el estrellato individual.”. Señalando un scrum-esa formación en la que ocho jugadores de cada equipo se empujan, agachados, ejemplifica: “Ahí, en un scrum, ves que hay muchos esfuerzos anónimos. Y hay además un tema ético, porque si no tenés valores podés lastimar al rival en esa formación.” Termina el partido 81 a 9 para Virreyes. Marcos y los familiares presentes felicitan a los chicos, que salen echando vapor de la boca, bajo el cielo gris de una tarde de domingo.  
  Ya en el tercer tiempo, Marcelo Taborda, uno de los forzudos que todos los fines de semana se pone la remera verde del Virreyes, cuenta: “Es un orgullo estar en este club. Es mi segunda casa Es un lugar donde juego y me río un rato”. A su lado, está Yamil Sarli, un flaco alto con olfato para capturar la pelota ovalada y marcar puntos, que cuenta: “No tenía ni idea de rugby, pero siempre veía partidos de Los Pumas”.

  También se integra al trío Hernán Duarte, jugador rápido y habilidoso, que dice: “Me encantó desde el primer día. Siento unas ganas tremendas de jugar por la camiseta, y estoy muy agradecido al club. En unos años, me gustaría ser Ingeniero Electrónico y seguir jugando acá.”  Uno de los requisitos del Virreyes es que los chicos mantengan sus estudios.
  “Si pelota por medio somos iguales en una cancha de rugby un sábado a la mañana, podemos ser iguales en todos lados. Pero la integración no sería tal si esa igualdad no se diera en otros órdenes. Por eso, sin educación la igualdad sería una ficción”, reconoce Julianes.

   Por un convenio con el Ministerio de Desarrollo Humano bonaerense, el Virreyes canaliza 180 becas de estudio, para que los chicos se mantengan en el sistema educativo. “Solamente la cobran los chicos que estudian. Y de los 180 becados, solamente cinco o diez dejaron los estudios,” precisa Julianes. El Virreyes también ofrece apoyo escolar gratis dentro del club, merienda para los que estudian y entrenan ese día, y charlas sobre distintos temas, como prevención de adicciones. Además, tienen becas para estudios universitarios.

  El grueso de la dirigencia proviene de clubes de rugby reconocidos. Las relaciones conseguidas en ese ambiente permitieron que el Virreyes haya obtenido muchas cosas: los movimientos de tierra en el predio,  ladrillos y chapas, hamburguesas, gaseosas, botines, camisetas, dinero en efectivo.

 Con esfuerzo, el Virreyes logró concretar el cerramiento del salón del club. En la planta baja, se realizan los terceros tiempos, y padres de jugadores venden café y tortas para recaudar fondos. En un primer piso, una sala con computadoras es el lugar donde se dan clases de apoyo escolar.

  Desde 2010, el club juega con su plantel superior en el Grupo IV de la Unión de Rugby de Buenos Aires. El entrenador, queda dicho, dirigió nada menos que a Los Pumas en los ’80. Él, O’Reilly, al lado de la línea de cal, da indicaciones como si estuviera en el seleccionado nacional. “Marcos Julianes, a quien conocía del CASI,  me comentó del proyecto del Virreyes, y a los quince días de esa charla me acerqué. Y no paré desde ese momento”, dice.

   “Creo que una de las claves de que el club haya crecido tanto es que hay una enorme cuota de locura, en el buen sentido, en todos los que conducen la institución. Lo del Virreyes es un proyecto absolutamente apasionante, que nos ha llenado a todos los que participamos en él”, agrega. Hace 30 años, los rivales de su equipo eran Australia, Nueva Zelanda, o Francia. Ahora, son Beromama de González Catán, Defensores, de Glew, o El Retiro, de Hurlingham. Antes, los colores eran el celeste y blanco de Los Pumas, ahora, el verde, amarillo y rojo del Virreyes. Tanto en uno como en otro extremo, se mantienen el barro, los terceros tiempos, el olor a desinflamante.

Artículo publicado en la revista Tercer Sector, hace algunos años, y actualizado recientemente.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Mitología rumana

 

  Sambata, Cupa Mondiala, Baia Mare, Farul, Timisoara, Cluj, Petrosani, Bogdan, Lucretius. Nombres y nombres del planeta del rugby de Rumania, ese país del que poco se conoce en América del Sur, más allá del renombre de algunos deportistas y, cuándo no, de la historia del Príncipe Drácula, personaje de ficción creado por el escritor irlandés Bram Stoker, ligeramente inspirado en personajes de la historia rumana.  La leyenda del príncipe de hábitos nocturnos, que se transforma en vampiro y que se alimenta de la sangre de víctimas humanas,  aunque sea una creación totalmente ficcional de un escritor que no pisó nunca Rumania, sigue vigente.  La imagen multiplicada al infinito de un hombre pálido, delgado, con ojeras, colmillos que sobresalen del labio superior y capa negra, surgida del cine hollywoodense, quedó instalada como un símbolo internacional de los rumanos, hasta para algunos de ellos.
   El  Drácula Old Boys es un equipo de rugbiers veteranos con sede en Bucarest.  Juegan partidos tanto en Rumania como en otros países, generalmente europeos.  Su logotipo incluye al mediático Príncipe Drácula, de traje negro, esta vez con capa y solapas del saco rojas, montado en una locomotora y con una pelota de rugby en su mano izquierda.  La silueta de un vampiro negro, con alas desplegadas, y el “Drácula” escrito en rojo, coronan el escudo del equipo.  Ionescu Dan Lucretiu, de 46 años, ex jugador,  es su secretario general, y  dice: “Cuando yo jugaba, en un radio de 150 kilómetros había 40 equipos. Ahora hay 5. La clave pasa porque el Estado tenga la visión de desarrollar el deporte entre los chicos, por lo que significa como educación y entrenamiento del carácter.”
   La selección rumana de rugby ganó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de París, de 1924. Claro que ganó esa distinción,  pese a haber perdido los dos encuentros que jugó, porque había nada más que tres participantes. Durante las décadas siguientes, el rugby rumano progresó, y logró éxitos históricos ante Francia, Gales y Escocia. Los equipos más fuertes durante muchos años fueron el Dínamo y el Steaua, ambos de Bucarest, y ambos subordinados a la dictadura de Nicolae Ceaucescu. El Dínamo era el equipo de la Policía y el Steaua del Ejército. Cuando en 1989 una rebelión destituyó a Ceaucescu (al que luego fusilaron junto a su esposa),  y en los enfrentamientos militares murieron dos rugbiers famosos en el país: Radu Durbac y Florin Murariu, capitán de la selección nacional.
  Después de la caída del comunismo en Rumania, el rugby comenzó a decaer. Otro golpe fue que la invitada a participar del Torneo de las Cinco Naciones fuera Italia y no la selección rumana, llamada “los robles”.  “Si Rumania hubiese sido elegida, ese paso hubiera sido clave para nuestro rugby”, agrega Lucretiu, del Dracula Old Boys.
    De todos modos, los rumanos, cuyas figuras juegan en las ligas de Francia e Italia, se tienen fe para el renacimiento del rugby en ese país. “El rugby en Rumania tiene un gran potencial. Somos deportistas por naturaleza.”, cree Lucretiu.
     En la actualidad, Rumania tiene una liga principal con 8 equipos, llamada “Super Liga”, que encabeza el Baia Mare, seguido por el Steaua, el Farul Constanta, el Timisoara y el Dínamo.  En la segunda categoría participan el Brasov, el Petrosani, el Iasi y el Pantelimon, entre otros. En la división superior también juega el Cluj, que está penúltimo, cuyo entrenador también es jugador: Bogdan Voicu. “En Rumania, todos los jugadores de los 8 equipos de la primera división reciben dinero por jugar”, cuenta a otrorugby.blogspot.com.  Bogdan agrega que, en su mayoría, las personas que juegan al rugby en Rumania pertenecen a la clase media del país, y considera que ese deporte “es popular” en tierras rumanas, “pero más popular son el fútbol, el handball y el básquetbol”.  Los encuentros se juegan los “sambata” (sábados).
   Rumania, país cuya lengua forma parte del mismo grupo que el castellano, el italiano, el portugués y el francés, parece culturalmente más lejano de lo que en realidad es. Quizás su ubicación geográfica, en el Este de Europa explique esa situación, quizás el peso del mito Drácula haya ocultado otras características de este país. Por lo pronto, por unas horas, argentinos y rumanos estarán pendientes uno del otro.  Es bueno recordar que el slogan de todos los fanáticos del rugby Rumania es: “¡Prin venele noastre curge sange cu globule ovale!” (¡Por nuestras venas corren glóbulos rojos ovalados!).

martes, 6 de septiembre de 2011

Cumbia


Salís del hall de la terminal de la ex línea Mitre y delante de vos aparecen la Torre de los Ingleses y el Hotel Sheraton en segundo plano. A la derecha ves la punta de la Plaza San Martín. Girás a la izquierda y te mezclás con las filas de personas que salen de la boca del subte, de las terminales de otros ramales, de las paradas de colectivos, de los bares, de la calle Padre Carlos Mugica, de la estación de ómnibus, de los taxis. Pasás las veredas angostas, con africanos que venden anillos, queserías, pilas de joggings, quioscos, sillas de plástico, olor a milanesas. Bordeás un supermercado, un estacionamiento, una estación de servicio y de a poco se instala el silencio. Caminás por la Avenida Ramón Castillo, casi sin movimiento, con los containers del puerto a tu derecha y a tu izquierda. Cuadras y cuadras se suceden, llegás a una esquina con semáforo, mirás la parrillita improvisada que vende choripanes, un edificio enorme que parece abandonado y una callecita que nace ahí. Te metés por ella, pasás al costado de un comedor y estás adentro de la Villa 31. Lo primero que observás es una pelota de rugby que pica en un potrero y 20 personas alrededor de ella.
    En el corazón de este barrio de la ciudad, instalado entre las aguas del Río de la Plata y las vías de los ferrocarriles, desde agosto de 2008 existe un equipo que juega con esa pelota ovalada que parece que tuviera un conejo adentro. “Un amigo empezó a jugar y me llevó. Después se fue haciendo una cadena de palabras y empezó a venir más gente. Nunca había jugado, pero me gustaba, es un deporte duro”, te cuenta Juan Manuel Toconas,  conocido como “Cumbia”.
    “Trabajo en negro, haciendo carga y descarga en un depósito. No tengo días fijos de laburo, me llaman cuando hay trabajo. Vienen unos containers de China y nosotros vamos bajando todas las cajas a mano”, explica “Cumbia”, que tiene 23 años y está terminando el colegio.
  El Campito es la organización que desarrolló el proyecto de llevar el rugby a los chicos de la zona. Julián Wald, referente de la institución, habla de los inicios: “empezamos en el 2001 con un merendero, cuatro veces por semana, sin sede fija. Servíamos la merienda en una canchita, o en la casa de algún vecino, si llovía”. Al mismo tiempo, organizaron grupos para chicos, en los que enseñaban manejo de huertas, habilidades manuales, reciclados y otro tipo de herramientas laborales. Luego llegó el turno de la salud.
  “El tema sanitario empezó por gente de la Facultad de Medicina de la UBA, que trajo la propuesta de hacer charlas de prevención de salud y formar promotores. Pero la demanda era por atención, así que a mediados de 2008, empezamos con consultorios gratuitos”, explica Wald. En la actualidad, martes, viernes y sábado atienden en la sede de la entidad dos psicólogos, tres médicos clínicos y una pediatra.

Los pasos previos

  Cuando llegaron los médicos a El Campito, uno de ellos, Martín Dotras propuso promover el rugby en el barrio. Un día llevó la pelota ovalada y empezó, junto a un grupo de amigos, a hacer un entrenamiento.´Éramos 6 personas, en una canchita. Al rato, éramos 10….la gente preguntaba qué estabámos haciendo…muchos conocían el rugby por televisión”, recuerda Joaquín Dotras, hermano de Martín y uno de los “profes” que enseñan el deporte a los más chiquitos, mientras mirás el entrenamiento, sentado en un poste de madera acostado, que hace de banco de suplentes.
 “En el segundo entrenamiento, un chico se nos acerca y nos dice: ‘¿Esto va a ser en serio? Porque si va a ser en serio, se te llena de pibes’”, dice Dotras, y agrega que ahora, en total, El Campito tiene 60 jugadores de rugby,  entre nenes y adultos. Ver a esos tipos jugando con esa pelota tan rara fue lo que le llamó la atención a Pablo Ramos, que hace dos años que vive en la 31 y trabaja de repositor. “Después de trabajar los veía a los pibes con las pelotas y un día le pregunté a un conocido y me comentó. Me pareció muy interesante ya que yo ya había jugado un poco en el secundario y me integré sin ninguna duda”, te dice Pablo.
   Un grupo de rugbiers del Club Champagnat, al que pertenecen los Dotras, son los encargados de enseñarles los secretos de este deporte. Uno de ellos, Máximo Bianchi, dirige los entrenamientos del plantel superior, en el terreno del Club Cancha 9, que les presta el terreno, salpicado apenas de pasto.
  Wald explica la inclusión del rugby en la villa: “Siempre tuvimos la idea de introducir todos los deportes en el barrio, considerando que todos los deportes tienen algo positivo. Y la gente de acá no tiene acceso a muchos deportes.” Entonces habla “Cumbia”, y dice: “hay buena onda en el equipo, entre los que vivimos acá y los que viven afuera. Esto es una puerta que te abren, empecé a conocer otros códigos, otro ambiente. Es una alegría para mí”.
   El año pasado, los chicos tuvieron la posibilidad de irse de gira a Tandil y jugaron con el club Los Cardos. “Para todos nosotros fue una experiencia bárbara”, dice Dotras, y añade: “La gente de Tandil también nos agradeció, y nos dijo que para ellos era haber conocido otra realidad de la villa”.

Espejos deformantes

   Porque la 31 tiene mala fama. Y malas imágenes. “Los medios manejan muchos prejuicios e ignorancia. Acá en la villa hay una cultura solidaria muy fuerte, hay comedores por todos lados, a los chicos de una familia los pueden cuidar otros vecinos… ese costado solidario no se muestra”, dice Wald, que vive en la 31 desde hace 10 años. Del mismo modo, explica que “no se conoce del todo el sufrimiento, la marginación, las causas que a veces llevan a los pibes a situaciones de violencia. Los medios no hablan de causas y consecuencias, sino de efectos. Dicen ‘X” salió a robar, pero no cuentan qué pasó con ese pibe durante 15 años”.
   Tan real como los comedores que dan comida a quienes más lo necesitan y la solidaridad entre vecinos, es que la villa tiene su cultura de fiestas, música y deportes. Los fines de semana hay campeonatos de fútbol en distintos puntos del barrio, además de que en cada cuadra hay barcitos, quioscos, locutorios, almacenes, carnicerías, capillas…
   Pero no hay tendido de gas ni calles pavimentadas. La red de agua, instalada por los propios vecinos, es demasiado precaria y falta presión durante el día, en especial en verano. Hay energía eléctrica, pero, al igual que con el agua, por lo improvisado de la conexión, hay muchos cortes, aunque durante el invierno. En gran parte de la villa tampoco hay cloacas. En cuanto a atención sanitaria, “hay una salita muy chiquita afuera del barrio, pero hay que ir a las 2 de la mañana para conseguir turnos, y no te atienden los fines de semana”, revela Wald. Por otro lado, a algunas partes de la villa no pueden entrar las ambulancias del SAME por lo estrecho de las calles y en esos casos, hay que llevar a pulso a las personas enfermas hasta donde sí pueden entrar los vehículos.

Las palabras y las cosas

  Ilich Maldonado, 26 años, remera y gorra blancas, es otro de los jugadores de rugby de El Campito: “‘Cumbia’ me venía invitando desde hacía tiempo, y el año pasado empecé a jugar. Al principio no entendía el juego, después me dije que tenía que intentar comprenderlo y jugarlo, y aquí estoy”. Ilich hace 9 años que vive en la Villa 31, desde que vino de su ciudad natal, Oruro, en Bolivia.
  “Me gustan los valores del rugby. Antes, cuando amigos míos se drogaban, me sentía mal pero no decía nada. Ahora me siento capaz de ir y decirles ‘¿qué estás haciendo? Hay que rescatarse’”, dice Ilich, que es gasista matriculado y estudia Licenciatura en Higiene y Seguridad. A él, fiel a lo que estudia, le interesa mucho la prevención de las lesiones en el deporte. “Hay que preocuparse por el cuate”, afirma,  y nos revela que “cuate”, palabra que significa “compañero”, además de en México, se usa mucho en Bolivia.
    En los entrenamientos del equipo, se mezclan los colores. Alguno juega con la camiseta de Champagnat, otros con una remera común, y otro con la de Don Orione, un equipo de fútbol de la ciudad chaqueña de Barranqueras. Hay físicos de todos los tamaños: el robusto que supera largos los 100 kilos, el flaco de estatura media y pelo bien corto, el menudito de melena al viento. Improvisan un partido para cerrar la práctica, aparecen los tackles, los scrums, las caídas al piso, la pelota que pica para cualquier lado, las corridas en busca de apoyar un try. Termina la jornada,  pasado el mediodía.
  “Chicos, hay que ayudar en el merendero a servir la merienda, es un ratito nomás, así que vayan diciendo qué días pueden venir”, escuchás a los entrenadores, y, de a poco, comienzan a levantarse las manos. “Pelu”, Alejo, “Cumbia”, ““Junior”, su primo que vino de Chaco y trabaja de canillita, Ilich, “Fiji”, Grover, Pablo el repositor, y otros, toman agua, se abrazan, se secan la transpiración.
   Este barrio albergó a familias venidas de provincias, que buscaban alguna salida laboral, hace más de 40 años. A principios de los ’70, el sacerdote Carlos Mugica volvió famosa la villa, gracias a su trabajo social. La dictadura militar desalojó  a muchas familias, pero con los años, el barrio volvió a recibir gente y hoy tiene 30 mil pobladores. Una ley sancionada por la Legislatura porteña aprobó su urbanización. Wald dice: “Somos desconfiados del poder, por nuestra experiencia. Pero que no se urbanice la villa es ilegal, hay determinación entre los vecinos sobre que no se permitirán erradicaciones ni se vulnerarán más los derechos. La ley dice que en un año tiene que estar concretada la urbanización. Veremos qué pasa”. Por lo pronto, El Campito creó una cooperativa de pastelería y otra de construcción, para generar trabajo entre sus integrantes.
   Los jugadores de El Campito se desparraman y vuelven a sus hogares. La sede de la entidad está a pleno, con la atención a personas que vienen a consultar a los médicos. Es el momento de partir. Tomás una calle de tierra, saludás a Alejo y lo felicitás por el try que hizo, te despedís de Pablo y su hijo de 4 años que lo acompaña en los entrenamientos, pasás por  comedores y  negocios, te topás con dos hombres que juegan al ajedrez y  otros cuatro al dominó, escuchás los gritos que salen de una cancha de fútbol, atravesás una placita con juegos para chicos, llegás a una feria en donde podés comprar cuadernos, camperas, celulares, comida y libros, mirás un carrito de cartonero que lleva pintado “vehículo vigilado satelitalmente”, cruzás una calle asfaltada,  ves   policías, choferes de colectivos y un micro que sale de la Terminal de Ómnibus y que lleva turistas a la Patagonia